La sorpresiva y macabra noticia de la Fiscalía sobre el prepago que hicieron dos sacerdotes católicos para garantizar su propia muerte
La sorpresiva y macabra noticia de la Fiscalía sobre el prepago que hicieron dos sacerdotes católicos para garantizar su propia muerte, merece una reflexión sobre la compleja condición humana. Todos y todas somos potencialmente capaces de los actos más sublimes y abyectos y esto incluye, por supuesto, a los miembros de las iglesias. Un sacerdote es, ante todo, un hombre. Un ser que cree encontrar en su fe el antídoto contra la maleficencia y contra sus pasiones mundanas. El problema es que remedios seguros para tales propósitos no existen, como lo confirman esta y tantas otras sórdidas historias protagonizadas por religiosos piadosos. Como seres humanos, los pastores involucrados en esta noticia evidencian la ambivalencia existencial. Por una parte, no dudamos sobre su dedicación a los deberes religiosos, tal como lo atestiguan sus atribulados feligreses. Por otra, tampoco desconocemos sus particulares necesidades eróticas y amorosas que, al parecer, en este caso, los llevaron a la desgracia. Sin embargo, lo que aquí mata no es una bala sino un prejuicio. Una concepción errónea de la iglesia católica sobre la incompatibilidad entre religiosidad y sexualidad. Entre placer, saber y virtud. La aporía reside en exigir a los curas lo imposible, la abstinencia sexual absoluta y, para agravar más el asunto, en condenar la homosexualidad como antinatural y pecaminosa. ¿Qué puede ser más antinatural que reprimir la sexualidad? Los párrocos deciden pagar su propio asesinato para evitar sufrir la excomunión y la odiosa discriminación ampliada: por ser homosexuales y por, uno de ellos, ser portador del VIH. Sin la presión infame de este prejuicio no se explica lo ocurrido. La paradójica condición humana representada en el suceso debería servir, al menos, para que muchos religiosos dogmáticos dejen de atacar a los no creyentes desde el supuesto, según el cual, la única vida moral correcta, benévola y válida es la que ofrece la creencia en sus doctrinas. Unos y otros tenemos las mismas potencialidades para desarrollar el bien y el mal. La diferencia consiste en que mientras unos le apuestan a la fe religiosa para intentar llevar una vida digna, otros le apostamos a la educación pluralista mediante el cultivo de éticas complementarias como la cívica, la comunicativa y la del placer. Y tanto ellos como nosotros intentamos vivir de la mejor manera posible, sin excluir el error ni la presencia de lo conscientemente indeseado. La imagen de los sacerdotes rezando, con fervor y la camándula entre sus manos, mientras esperan que su contratado verdugo los libere de la humillación pública, no puede ser más reveladora de la compleja, impredecible y ambigua condición humana. Condición presente en otra noticia reciente, la de un posible atentado contra el papa Benedicto XVI, en 2012, fraguado al interior del mismo intrigante Vaticano. Como si fuera necesario aumentar la evidencia de que mujeres y hombres, en independencia de nuestras creencias, somos angeldemonios. *Docente Usco-Crecer.