El Congreso representa a una de las tres ramas del Poder Público. Su importancia es enorme. Tiene el cometido de hacer las leyes y de ejercer el control político sobre la rama ejecutiva. Sus integrantes son elegidos por el voto popular. Por eso el Congreso es la más auténtica representación ciudadana que existe en una democracia. El Congreso no tiene remplazo. Su funcionamiento garantiza el de las demás instituciones. Cuando hace 64 años el ejecutivo tuvo la osadía de cerrarlo, se precipitó sobre el país el más vergonzoso episodio de arbitrariedades, abusos y violencia que se recuerde. De ahí que hacia las cámaras legislativas, como institución, se tenga acogida, respeto y acatamiento. Pero el Congreso de hoy tiene dificultades en materia de credibilidad, de respeto y de acatamiento. Algunos de sus integrantes han cometido atropellos, otros han tenido equivocaciones, aquellos comportamientos delincuenciales. Y las corporaciones en sí, junto con los buenos, los cumplidores, los responsables, sufren enorme desprestigio. Es una lástima y un fracaso. Pero el Congreso tiene este año la posibilidad grata de mejorarse, de lograr superar los niveles de impopularidad que lo señalan como una institución poco deseable. Austeridad, seriedad, eficacia. Uno de los problemas más grandes que sufre el pueblo colombiano es el de la salud. No hay promoción ni prevención. El sistema aprobado en 1993 ya hizo agua, se va a pique, y de ese naufragio inevitable no se pueden seguir recogiendo los despojos. Hay que diseñar un nuevo sistema de salud, sin temores, sin ataduras con un pasado que solo ha dejado resentimientos e injusticias. Ese solo cometido reivindicaría al Congreso, para enorme satisfacción de los demócratas e imperecedera gratitud de todos los colombianos. Hay más iniciativas. El proyecto de pensiones, por ejemplo, importante, reivindicativo. Algunos otros pueden ir estudiándose en las Comisiones, para tramitar en el siguiente período. Pero no más. Llenarse de proyectos es desatenderlos todos y cometer errores. Ya se han visto. Después no queda sino el crujir de dientes. El año entrante hay elecciones de Senadores y representantes a la Cámara. Es el momento de lucirse. De demostrar capacidad, que la hay, buena voluntad que existe sin duda, y eficiencia. Es la oportunidad de demostrar que si es necesaria la institución legislativa. No hay que aceptar como excusa que en todo el mundo existe un mal predicamento hacia los Congresos y Parlamentos. Es un pobre argumento. El país merece de nuevo un “Congreso Admirable” y existen todos los elementos para lograrlo. Los partidos tienen una gran responsabilidad y cada una y cada uno de sus integrantes. Solo hay que atreverse.