El trascurrir de la existencia humana está esencialmente caracterizada por bipolaridades: la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, el bien y el mal, el éxito y la derrota, el orgasmo y el reposo, la salud y la enfermedad, la necesidad y la satisfacción; pero erróneamente algunos discursos de la modernidad como el capitalismo y herencias del cristianismo nos han hecho pensar de manera equivocada que debe primar el lado que consideran positivo y que siempre debemos pretender el bien, estar felices, ser exitosos en todo, lo que supone una exclusión del otro componente de la bipolaridad. Nada más alejado de la realidad humana. Si conocemos el frío es sólo por haber experimentado el calor, si reconocemos la satisfacción al alimentarnos es por percibir la sensación del hambre, si valoramos la compañía de alguien esto tiene que ver directamente con haber experimentado la sensación de la soledad, igualmente es importante la vida sólo en relación con la muerte, la derrota y las caídas son la primer lección en la búsqueda de las metas. Estas bipolaridades antes de tener una relación de exclusión, por ejemplo una persona es buena o mala, más bien tienen es una relación de complementariedad, así pues una persona tiene actos buenos y malos. Ya desde finales del Siglo XIX Sigmund Freud (1856- 1939), padre y creador del Psicoanálisis, nos había anunciado que todos los actos están determinados inconscientemente por dos tipos de fuerzas, o pulsiones, unas eróticas o de vida y otras tanáticas o de muerte, afirma que en todas nuestras actuaciones ambas fuerzas están mezcladas o amalgamadas, de lo que se podría pensar que el ingreso a la cultura desde una postura ética debe apuntar a responsabilizarnos de estas fuerzas, pero para ello primero debemos reconocerlas y no negarlas, y construir una lógica de relación con los demás que las regule en busca de nuestro placer sin dañarnos ni dañar a otros (Onfray). No debiéramos pues sorprendernos, como lo hacemos, por las maravillas de las que somos capaces los humanos expresadas cada vez que escuchamos a Joaquín Sabina o los cantos gregorianos como Carmina Burana de Carl Orff , o en actos como los recientemente conocidos en los que, según versión de la Fiscalía, una par de sacerdotes de la iglesia católica, al parecer pareja afectiva, deciden pagar a unos sicarios para que los asesinen, posiblemente para no enfrentar las consecuencias de que uno de ello fuera portador de sida. Aflora el potencial agresivo y la condición sexual de dos seres humanos, que forzados a reprimir acaban con sus vidas. Es necesario reconocernos “buenos” y “malos”, aceptando, por ejemplo, que los momentos de tristeza nos permiten reconocer luego los momentos de felicidad, quizás así podamos responsabilizarnos y saber cómo actuar cada vez que alguno de los dos extremos de la polaridad en la que se mueve la condición humana haga presencia. *Docente Usco. Grupo Crecer.