La Nación
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Diez años después: Caguán vive. Por Belén Alarcón

El 20 de febrero es una fecha oportuna para un buen ejercicio de memoria histórica, hacer un alto en el camino para leer nuestro conflicto, sus actores y el impacto de sus decisiones políticas. Un tema crucial como los intentos para dar una salida al largo conflicto social y armado que ha vivido Colombia, que ha representado la muerte de miles de colombianos, el gasto de ingentes recursos para la guerra y el desplazamiento multitudinario de campesinos, bien merece un análisis desapasionado. Afortunadamente en medio de la propaganda amarillista del fracaso de las negociaciones hace diez años en el Caguán, el periodismo más responsable, anuncia esfuerzos desapasionados de lo que fue el proceso. A una década de no negociación del conflicto, con la cruenta persistencia del mismo, queda claro que el fracaso es el de la no negociación. Si casi todos los medios hablan del fracaso de los tres años de negociación en el Caguán y ¿si esta negociación fracasó, dónde está el éxito de los diez años de la tan publicitada seguridad democrática, cuando todos los estudios apuntan a señalar que a pesar de los golpes dados a la insurgencia, ésta no sólo no ha sido derrotada sino que hay un proceso de adaptación y recomposición de sus fuerzas? A instancias de las autoridades municipales, se hará un ejercicio ciudadano que pretende revalorizar y desatanizar la historia de un pueblo doblemente victimizado, ya por la guerra misma como por sus intentos de construir paz, lo que ha causado la crítica ideologizada sin comprensión del análisis histórico, como si la guerra tuviera que estar en el eterno presente y no ser conjurada por la memoria. La recuperación de la memoria histórica, implementada inicialmente por alemanes, es un recurso metodológico para limpiarse de los horrores de una guerra que no termina y una paz que no comienza, por cuenta de quienes se obstinan en continuar la “operación Tánatos” iniciada hace ya diez largos años. En lo local esta conmemoración servirá para que los sanvicentunos recuerden los caseríos que a la vera de los caminos han surgido y desaparecido, como fantasmas de la guerra que continúa, para rememorar las carreteras que se abrieron en el despeje y para evaluar y en serio, cómo ha sido la presencia del Estado en estos diez años, lleno cruces con nombres o  NN, que pueblan el territorio. Ahora, diez años después de la ruptura del experimento de negociación y de la malograda fotografía, hablar de negociación con la participación de las comunidades locales y nacionales, es un imperativo ético que el actual alcalde de San Vicente, Domingo Pérez, ha asumido con prudencia y dignidad.