En el sur de Colombia surgió un profesor de escuela, que a pesar de su corta edad, es considerado como uno de los más importantes escritores latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil. En el sur de Colombia surgió un profesor de escuela, que a pesar de su corta edad, es considerado como uno de los más importantes escritores latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil. Gerardo Meneses compartió con LA NACIÓN parte de su vida, sus vivencias y proyecciones, con la misma franqueza y sinceridad que habita en el corazón de un niño. Homenaje. GINNA TATIANA PIRAGAUTA G. LA NACIÓN, NEIVA Érase una vez, hace mucho tiempo, en un verde y acogedor valle del sur de un hermoso país, un inquieto niño que quería ser escritor. Su nombre era Gerardo Meneses y vivía en un municipio llamado Pitalito. Era el menor de once hermanos y sus padres eran dos personas amables y caritativas, cariñosas pero estrictas, honradas y muy trabajadoras. Así, a modo de cuento, comienza y sigue nuestra historia, de quien es hoy una de las figuras más importantes de la literatura infantil y juvenil. Con su familia, vivían en una inmensa casa con amplios corredores, patios con árboles y mucho espacio para jugar. Siempre compartían un alimento con el hambriento o un vestido para el que llegara a pedir ayuda. La mamá de Gerardo, periódicamente recogía entre sus amigos y vecinos donaciones para los necesitados. La solidaridad y la vocación de servicio eran las bases de esta familia laboyana. Cuando hacían el mercado semanal en la plaza del pueblo, sagradamente compraban un racimo de bananos maduros para los pájaros. En las mañanas, aves de todos los colores le ofrecían a la numerosa familia, un bello y único concierto musical. Carpinteros, toches, mirlas y muchas especies de pájaros llegaban a la casa a buscar los bananos, que el papá de Gerardo ubicaba en las ramas de algunos árboles. Además, les molían maíz y se lo esparcían por los amplios corredores. El niño, además de ser el más consentido de la familia, se sentía el más afortunado del mundo, porque sus amigos eran los animales y su imaginación corría libremente entre montañas, árboles y muchos artistas que brotaban de su pueblo, como las plantaciones de café. Gerardo hizo sus estudios de primaria y bachillerato en la Normal de Pitalito. Amaba su colegio, tenía amplios espacios para correr y muchos árboles con hermosas aves alrededor de los salones. Los años pasaron y él creció, pero jamás olvidó los mundos que creó en su mente, en ese mágico espacio en donde habita una imaginación desbordada, algo diferente, pero totalmente franca. Gerardo se graduó del colegio y todavía quería ser escritor, aunque no sabía muy bien que historias iba a narrar. Decidió estudiar Literatura y viajó lejos para conseguirlo. Estudió en la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, en la Universidad Surcolombiana de Neiva y en el Taller de Escritores de la Universidad Central de Bogotá. Pero aún seguía sin saber que mágicas historias iba a crear. Gerardo regresó a su pueblo como maestro de literatura, volvió a la misma escuela donde estudió, la misma que siempre amó. La noche antes de su primer día de clases, Gerardo preparó con mucha dedicación los contenidos para sus estudiantes. Les iba a enseñar a los niños los sustantivos y le pareció que la mejor manera era con los viejos libros que se empolvaban en la biblioteca de la escuela. Pero al día siguiente, sus alumnos no se entusiasmaron con la idea. Conocían esos libros desde que estaban en el primer año y casi, casi, se los sabían de memoria. Gerardo, sin perder la alegría guardó los apuntes que llevaba y se llevó a sus estudiantes a correr y a jugar. Esa noche, en su enorme casa se sentó a escribir. Pensó que si los chicos querían nuevas historias, él se las iba a crear. Miró uno de los muros del patio de la casa y pensó que, tal vez, tras esa pared existía un mundo mágico. Así creó a Danilo, un inquieto niño que viajó a través de una pared y vivió historias maravillosas. En las clases, los estudiantes de Gerardo se entusiasmaban por conocer lo que pasaría con Danilo. Comentaban los sucesos, se reían, le hacían criticas francas y sinceras, aquellas que solo pueden surgir del corazón diáfano e inocente de un niño. ‘Sin querer queriendo’, Gerardo hizo su primer libro. Lo llamó ‘Danilo, danilero, cabeza de velero’. Lo presentó a un concurso y ganó el primer lugar. Fue entonces cuando Gerardo descubrió con sorpresa que, ¡era un escritor de cuentos infantiles! Publicó muchos. Decenas. En solo quince años escribió 21 libros. Todos fueron diferentes y a los pequeños les encantaron sus mágicas historias. Premios y reconocimientos llegaron por montones, algunos de países lejanos. Incluso, escogieron uno de sus cuentos entre los diez más importantes para los niños y jóvenes del mundo. En México y en Cuba, los gobiernos mandaron a publicar muchísimos cuentos de Gerardo y los llevaron a las escuelas públicas, para que los niños y jóvenes conocieran sus historias. De esta manera, los paisajes de Pitalito, los personajes que habitan en el sur de Colombia, los cafetales, ríos y montañas que Gerardo cuenta en sus relatos, son leídos por niños de muchas naciones, que disfrutan inmensamente con estos relatos construidos con mucha imaginación. Gerardo siguió escribiendo historias mágicas para los niños del mundo. Pero jamás dejó de ser el profesor de su pueblo. Cuando no estaba viajando a presentar sus obras, rodeado de fotógrafos, giras importantes o firmas de autógrafos; está en la Normal de Pitalito, compartiendo con sus estudiantes, aprendiendo de ellos y poniendo los pies en el mundo de los niños. Gerardo Meneses no puede escribir en otro lugar que no sea en la amplia casona de sus padres. Allí, en donde por primera vez surgió la magia. Aunque su mamá murió hace algunos años, su familia es unida y amorosa. Gerardo vive en su pueblo junto a su anciano padre, su hermana, su sobrina y su perro. Tal vez, muchas historias nacerán, mientras tanto, los niños del sur de Colombia aprenden y se divierten con un loco profesor, que también es escritor. ‘Nunca puedes defraudar a un niño’
Gerardo Meneses compartió con LA NACIÓN sus apreciaciones sobre la literatura infantil y juvenil, la mágica mente de los niños y sus proyecciones de vida. * ¿Cómo escribe para los niños? En mi caso, es una búsqueda y evolución constante. El hecho de ser maestro de escuela me nutre muchísimo. Estar con los pequeños, cuando puedo, lejos de las cámaras y los autógrafos, siendo solo un maestro elemental, común y corriente, me ayuda a poner los pies en la tierra. Esto me da los elementos para escribir, porque al estar tan cerca de los niños puedo manejar su lenguaje, sus realidades, sus relaciones, su mundo afectivo. Espero llegar algún día al nivel de un niño y tener su corazón, franqueza y pureza. ¿Por qué es importante la literatura infantil? La literatura infantil tiene la responsabilidad de acompañar los primeros años de los niños y de formar los lectores. Si hay algo importante en el mundo de la literatura, es la literatura infantil porque es la madre de todas, es la que crea el autor, la que lo acerca. ¿Y qué características tiene? Algunos libros tienen muchos colores y poco texto porque la lectura de los niños es diferente. Las historias mágicas, de aventuras o de cualquier temática, son posibles en la literatura infantil, que siempre está en evolución. Los niños que viven en esta época, ahora, son muy diferentes a los de la década pasada. ¿Cómo ve el nivel en Latinoamérica, de la literatura infantil y juvenil? Muy alto. En Colombia, Brasil, Argentina y México está actualmente la batuta. Uno lo percibe por la cantidad de libros que se publican, los premios que se otorgan o por las invitaciones constantes. Siempre quieren tener escritores de estos cuatro países acompañando los congresos, las mesas redondas internacionales, hablando y participando en torno a la literatura infantil y juvenil, así como las novelas que se publican para los niños. ¿Y en Colombia? En Colombia hay excelentes escritores. Cuando estoy fuera del país y me conceden un reconocimiento, la gente se acerca y me dice: ‘No es extraño que te lo ganes, eres colombiano’. ¿Se pierde la capacidad de asombro al crecer? No. Lo que creo es que tenemos que ser más observadores. Estar más cerca de los niños y disfrutarlos. Gozarse con ellos su descubrimiento del mundo. Yo quisiera recoger tantas y tantas frases célebres que me han dicho los niños de manera espontánea. Por ejemplo, le pregunté a uno de mis estudiantes ¿Por qué creía que era buena la lectura? Él me respondió: ‘Porque cuando uno empieza a leer le da a uno un sueño’. Esa es la inocencia, la franqueza de un niño. Y ahora leen sus libros también en las escuelas públicas mexicanas, ¿Cómo fue esto? Los libros se van, la obra se abre caminos. A mí me llamaron para decirme que estaba nominado por la Secretaria de Educación Pública de México, que es muy estricta. Es increíble porque el sistema de difusión de la lectura de México es un engranaje supremamente grande y los lectores se encargan de la selección. Cuando eligieron a ‘La Novia de mi hermano’ fue increíble. Eran 7.000 novelas de América participando, luego fueron 800 y posteriormente 50 obras. Finalmente escogieron mi obra. Un enorme reconocimiento… Sí, claro. Además es enorme el número de ejemplares que publicaron de la obra. Yo viajé a México y fue un gusto muy grande. Yo amo mi tierra y se me llena la boca poder hablar de Pitalito, del café, de nuestros paisajes, artistas, del clima. En mis libros, sin decir la palabra Pitalito está descrito su entorno. Es muy emocionante estar en un pueblo alejado y que te hablen de tu tierra, porque los niños lo están conociendo en tu obra, o te preguntan por los personajes tan colombianos, es un orgullo que se vive con mucha intensidad”. Igual pasó en Cuba… Sí. El Instituto Cubano del Libro seleccionó la obra ‘Y oirás, lo que no has oído’. La publicación es un papel económico, sencillo, muy austero, pero con un tiraje de publicación inmensa que están en muchísimas escuelas cubanas. Pude recorrer algunas en La Habana y fue maravilloso. Ahora regresó a mi país pero sé que la obra está allá, con los niños, que no la compraron sino que los gobiernos se la regalaron. ¿Cómo fue regresar con tantos éxitos alcanzados? Yo trato de estar con los pies en la tierra y no despegarme de ella. Recuerdo que soy un ser humano, así los niños lo vean a uno como un héroe. Yo creo que eso no va a cambiar nunca. Regresar a Pitalito, a Casa Grande, a la escuela, con mi familia, me nutre mucho. He intentado escribir en muchos lugares y en el único lugar que puedo hacerlo es en Casa Grande”. ¿Hace lo que le gusta? Sí. Soy un privilegiado, un bendecido. No hago lo que me gusta solo por hacerlo. Trabajo en lo que me gusta, en lo que me llena y tengo la tranquilidad del entorno que quiero. En Pitalito están las personas que quiero a mi alrededor. Es muy importante el cariño de los niños, de los lectores, que las editoriales estén tan pendientes de mis libros hasta el último detalle y que no solo tenga la ética que se requiere, sino también la estética. Son para los niños. No se puede uno equivocar en nada. ¿Qué le dice Gerardo Meneses a sus pequeños lectores? Yo escribo con mucho gusto por ellos y para ellos. Lo hago a pesar de la dificultad, porque ser escritor infantil es muy complicado porque tienes que dejar de ser adulto y subir al nivel de un niño para hablar su mundo y entenderlo con tanta transparencia y franqueza. Creo que soy parecido a mis obras. ¿Y los papás de los niños? Los padres son muy generosos conmigo, afortunadamente. Hace unas semanas, estaba en Pitalito un estudiante con sus papás mirando televisión, cuando me vio en las noticias. El niño llamó a su papá y le dijo: ‘Mira, ese es mi profesor, él que me lee cuentos’. El papá no le creyó al niño, pero él le insistió hasta que lo convenció. Entonces, el papá le dijo: ‘mañana se toma una foto con ese man’. Fue muy chistoso cuando el niño me lo contó muy emocionado. Es una hermosa responsabilidad, porque tú nunca puedes defraudar a un niño.