Una explosión le cambió la vida

Un verdadero viacrucis vive una humilde familia campesina del Putumayo. Un verdadero viacrucis vive una humilde familia campesina del Putumayo. Su pequeño de 6 años de edad fue víctima de una artefacto explosivo que grupos armados ilegales instalaron en el oleoducto Transandino en zona rural del municipio de Orito, y que el menor manipuló pensando que era un juguete. Hoy, lejos de su casa y con las secuelas que le dejó de por vida la explosión, el pequeño, que sobrevivió milagrosamente, se recupera en el Hospital Universitario de Neiva. MILTON JAVIER GUARNIZO LOSADA LA NACIÓN, NEIVA Juan Camilo (nombre que se le da al menor para proteger su identidad), salió a jugar como acostumbra cualquier niño de su edad. Cerca de su casa, una finca ubicada en la vereda Florida del municipio de Orito, departamento de Putumayo, pasa el oleoducto transandino, lo que hace atractivo el sitio para los pequeños de la zona. La tarde del pasado 28 de marzo, las risas y carreras de  Juan Camilo se vieron interrumpidas por un evento inesperado. Su ingenuidad casi le cuesta la vida, pues el menor tomó con sus manos un artefacto explosivo que grupos al margen de la ley pegaron en el tubo del oleoducto, asumiendo que se trataba de un juguete. En el momento en que Juan Camilo manipuló el artefacto explosivo, detonó. El cuerpo del menor recibió parte de la onda explosiva. Su mirada, inquieta por naturaleza, observó en ese momento una enorme estela de luz blanca que persiste en la memoria del menor. “Yo llegué de trabajar a las 4:50 de la tarde y nos sentamos todos en la mesa, incluido el niño, nos tomamos una sopa. Él es muy apegado a mí, le dije que iba a coger unos pescados, que me acompañara. El niño me dijo ¡Papi, qué rico!, y me acosté porque lo planeado era salir de pesca a las 5:30 de la tarde”, recuerda Seferino Yate,  padre del menor. Momentos de angustia No habían pasado diez minutos desde que la familia había estado compartiendo en la mesa, cuando se escuchó la explosión. Seferino recuerda que salió a verificar qué era lo que había pasado. Lo primero que observó fue un pequeño cuerpo tirado en el piso, clamando ayuda. Una voz inconfundible para  Seferino, hizo presagiar lo peor. “Me había acostado en el piso, cuando escuché el ‘diablazo’ (explosión). Me levanté y salí a mirar. Vi a un niño que se arrastraba en el piso, intentando pararse como si estuviera fatigado. Pensé que era el hijo del vecino, pero cuando llegué a recogerlo y lo tomé con mis brazos me di cuenta que era mi niño, porque él me habló, me dijo ‘¡Pa!”, asegura Seferino. La angustia se apoderó de este humilde campesino. Un artefacto explosivo instalado en el oleoducto Transandino, como ha sucedido durante años, había sido manipulado por su hijo y lo tenía agonizando; el menor le manifestó que temía por su vida. Pocos minutos después, el ingenuo niño perdió la consciencia. Ayudado por un vecino, Seferino trasladó a su hijo al hospital de Orito, ubicado a cinco kilómetros del sitio de los hechos. “Estaba irreconocible, sangrando por todos lados, con quemaduras desde las piernas hasta la cabeza, incluso el pelo se le había quemado. El niño me preguntó, ¿quién me carga…papi es usted? Lléveme al hospital que me voy a morir. Yo le pregunté qué había pasado y él me respondió que había cogido una cosa del tubo y no recordaba más nada. Lo tiró como cinco metros del sitio donde ocurrió la explosión”, recuerda el afectado padre. El parte médico inicial era poco alentador. Los médicos tuvieron que ordenar su traslado al hospital de Pasto, pero como si el destino quisiera poner a prueba las ganas de vivir del pequeño, el clima les jugó una mala pasada y finalmente tuvo que ser remitido al Hospital Universitario de Neiva. “Íbamos para Pasto, pero unos derrumbes en el sector del Mirador y las crecientes de unas quebradas nos obligó a desplazarnos al hospital de Mocoa. Una vez en Mocoa llegó una diputada, el Gobernador del Putumayo, y ellos hicieron las gestiones para remitir al niño al centro hospitalario más adecuado por su estado, y finalmente lo trasladaron a Neiva”, asegura Seferino. Secuelas de la guerra El pequeño estuvo durante 10 días en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario en la capital huilense. Las quemaduras de tercer grado que sufrió en más del 70 por ciento de su cuerpo y las múltiples heridas ocasionadas por las esquirlas, brindaban un panorama poco alentador. “Me decían que había riesgo de que perdiera una extremidad, su capacidad auditiva. Fue algo traumático el tiempo que el niño estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos. Tuvo quemaduras de todo tipo, desde las piernas hasta la cabeza, perdió el ojo derecho y los especialistas están evaluando qué tan afectado tiene el ojo izquierdo. Le hicieron cirugía en la pierna izquierda y el brazo derecho para extraerle las esquirlas”, asegura Seferino, quien hace un gran esfuerzo por contener las lágrimas mientras narra su drama. Hoy, en una camilla del tercer piso del centro hospitalario, Juan Camilo permanece estable, avanzando en su recuperación. Lo consideran un milagro de la vida. Su padre asegura que por indicaciones médicas, el pequeño permanecerá dos meses en trabajos médicos. Drama familiar Lejos de su familia y dependiendo del apoyo que le brindan algunos familiares y personas que se solidarizan con su caso, Seferino asegura que estará al lado de su hijo hasta que los médicos le den la noticia de que el menor pueda volver a ver. Reconoce que ha sido una experiencia difícil en su vida y la de su familia, pues no entiende el por qué la sombra de una guerra que les es ajena los tocó de esa manera. “He hablado con el niño. Él pregunta dónde estamos, que por qué está quemado, por qué no puede mirar. Es algo muy difícil, se acaban las uñas de los dedos por la angustia que genera saber que mi niño no va ser el mismo de antes, que no va volver a ver como antes”, cuenta don Seferino, quien insiste en hacer un gran esfuerzo por contener el llanto. Hoy el rostro triste y preocupado de este humilde campesino trata de encontrar una explicación razonable a lo sucedido y asimilar que la vida de su pequeño y la de su familia cambiará para siempre. Pero más que eso, Seferino explica que no entiende cómo en una zona vigilada permanentemente por el Ejército ocurre una tragedia de esta magnitud. “Los grupos armados al margen de la ley no deberían actuar de esa manera, menos aun poner esos artefactos explosivos donde hay civiles. La guerra es entre ellos, cada quien en su sitio, porque la población no es actor directo del conflicto. Yo le digo a los padres que no permitan a sus hijos coger objetos extraños, sobretodo en estas zonas que históricamente han estado sometidas al conflicto”, puntualiza el afectado padre. Seferino recorre los pasillos del Hospital Universitario, con la firme esperanza de recibir muy pronto buenas noticias sobre el estado de salud de su hijo. Mientras tanto el pequeño Juan Camilo, se levanta todos los días con un antifaz en su rostro, convencido de que cuando se lo quiten volverá a sus ojos como antes; ojos que se vieron afectados por los artefactos explosivos que por años se han utilizado en el marco del conflicto armado interno, pero que no segaron sus esperanzas de vida. Un artefacto explosivo instalado en el tubo del oleoducto Transandino, y que el menor asumió que era un juguete, explotó en sus manos.

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