Jorge Guebely
Basta conocer la historia del Estado israelí para comprender que las fuerzas conservadoras, convertidas en extrema derecha, avanzan entre guerras y terrorismos. Así, fortalecen viejos privilegios, ganan los nuevos y siembran el miedo.
Israel se inició en los acuerdos de la primera guerra mundial y se consolidó en los de la segunda. Creció con la guerra de los seis días y hoy posee uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Privilegio belicista, pero no humano; sus habitantes viven en permanente terror.
Terrorista, la banda de Stern, dirigida por Yitzhak Shamir, que asesinó a Lord Moyne y al conde Folke Bernadotte. También Eztel que perpetró la masacre de Deir Yassin y el atentado del hotel King David, bajo la dirección de Menahem Begin. Ambos, Shamir y Begin, fueron ministros de Estado. Ningún orgullo genera ser gobernado por un terrorista aun si es de derecha.
Exportó su terrorismo y el mercenario, Yair Klein, entrenó nuestros paramilitares con conocimiento del ejército israelí y del colombiano. Adiestró hombres de los Castaños y al sicario que asesinó a Galán. Terratenientes de la región, incluyendo al doctor Uribe, cancelaron sus honorarios. Desde entonces, proliferaron las masacres cualificadas en el horror. Segovia, Antioquia, fue sorprendida con ráfagas de metralla. Trujillo, Cauca, soportó durante seis años una seguidilla de matanzas. Los Montes de María vivió 42 exterminios en tres años. Hasta jugaron futbol con la cabeza de un campesino. Imperó la irracionalidad de la guerra, no la sensatez de la paz.
Los campos se nos llenaron de paramilitares y los espacios del Estado también. El Congreso fue invadido en un 30%, 97 senadores fueron investigados y 42, condenados. Más de 500 funcionarios estuvieron comprometidos con parapolítica. Como en todo tiempo de nuestra República, se ocuparon más por el ruido militar que por la paz ciudadana. Perpetraron masacres contra liberales en la primera mitad del siglo xx y contra comunistas, en la segunda. Sólo hubo guerras en el xix y las quieren prolongar en el xxi. Se alimentan de la guerra como el escarabajo se alimenta de mierda o el poder político de miedo.
Para más guerra, basta impedir la restitución de tierra a campesinos desplazados, aumentar asesinatos a defensores de derechos humanos, excluir a los terceros del conflicto armado, castigar sólo a la plebe contestataria, obstaculizar cualquier reforma agraria y prolongar nuestra horrorosa desigualdad social.
Únicamente el voto inteligente y masivo nos puede aliviar de este crónico desastre. Quiero pensar con Chesterton que “sólo en democracia se pueden hacer revoluciones verdaderas”.