Gabriel Calderón Molina
Colombia es un país atiborrado de leyes porque se cree que los problemas se resuelven solo con más leyes. Es una equivocación. Concuerdo con la columna de Monseñor Froilán Casas, obispo de Neiva, del pasado martes en este periódico, cuando dice que “en este país todo se quiere arreglar con leyes”. Y agrega que “sin embargo, la corrupción y la impunidad siguen como pandemia social, como un cáncer que hace metástasis. No se arregla la inmoralidad con una reforma a la justicia, se arregla con la formación de la conciencia.”
En mi opinión el plebiscito contra la corrupción que lidera una congresista no es la solución, porque el problema está en otra parte. Al estar la corrupción inmersa en la cultura de muchos, que la llevan en su forma de ser y vivir, el problema no se resuelve con más leyes ni suprimiendo instituciones ni volviéndolas a crear con otro nombre como ha sido la costumbre en Colombia, cuando son los mismos los que las van regir. Estando yo presente le preguntaron a una niña de 7 años en una escuela que a qué se dedicaba su papá. Con toda la inocencia que ella mostraba respondió: “A ROBAR”. Esta es una prueba fehaciente de que el hecho de robar bajo la forma que sea, hace ya parte de la cultura que se recibe desde la infancia. Para muchos niños, ver a sus padres en actuaciones indebidas y violando la ley, es parte del quehacer cotidiano desde hace décadas en este país. Esta clase de cultura es la que explica que contratistas no pueden hacer obras si no roban, que los servidores públicos lleguen a los cargos con la mente puesta en la tajada, que comerciantes busquen vender sus mercancías al gobierno ofreciendo dádivas a los funcionarios. Siendo yo funcionario público, en varias ocasiones intentaron algunos comprometer mis decisiones en esta clase de actuaciones indebidas. Por eso, me siento con autoridad para decirlo.
Al formar la corrupción parte de la cultura las leyes son casi inútiles. La impunidad que compromete a fiscales y jueces así lo demuestra en un país en donde hasta donde algunos de los miembros de la Corte Suprema de Justicia y Tribunales son corruptos.
La solución está ante todo en las personas, a partir de la formación en los hogares, la educación y la no impunidad. Las decisiones de fiscales y jueces deben estar basadas en la ética. De lo contrario jamás superará Colombia tanta degradación moral.