Carlos Martínez Simahan
La hermosa aventura de la formación de nuestra lengua la relata Carlos Rodado Noriega en el libro que le da título a esta columna presentado con motivo de su recepción como Miembro de Honor de la Academia Colombia de la Lengua. Desde las páginas iníciales el autor precisa que “las lenguas no nacen un día exacto como los ser humanos… su formación se va dando a través de la interrelación pacifica o violenta de unos pueblos con otros” Luego, toma de la mano al lector para adentrarlo en las peripecias de las invasiones a la Península Ibérica donde aparecen los Iberos, los Fenicios y el enigma del reino de Tartessos. Dos siglos después, los Celtas dejaron huella tanto como los griegos, quienes andaban tras el “Dorado Europeo”. Tras derrotar a los cartaginenses, la Roma imperial construyó calzadas, acueductos y anfiteatros. Desde entonces, “los habitantes de Hispania empezaron a disfrutar de la vida urbana” y, se impuso el latín como idioma oficial. De ahí su marcada influencia en nuestra lengua. La larga presencia árabe en la península dejó impronta singular.
Demos, ahora, un salto hasta el siglo XI para abrir las puertas del Monasterio de San Millán de la Cogolla, donde se encontraron Las Glosas Emilianenses, ¡las primeras frases escritas en el idioma castellano!. Cito la versión en español: “Con la ayuda de nuestro señor Don Cristo, Don Salvador, señor que está en el honor y señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos”. Rodado expresa su inocultable emoción así: “lo notable de este texto además de su estructura gramatical, es su profundo contenido espiritual. Mientras el primer documento escrito en italiano es un alegato jurídico para defender la propiedad de unas tierras… y el primer texto escrito en lengua inglesa es un contrato comercial, el primer texto en español es una oración.” Es decir, “nuestra lengua nace hablando con Dios”.
No alcanza el espacio para hablar del gozo de reencontrarnos en esas páginas con el Arte de Juglaría, con El Cantar del Mío Cid, con Alfonzo XX El Sabio, con el Idioma, como instrumento de la cristianización y del Imperio, con la gramática de Nebrija, con los autores del Siglo de Oro, con Garcilaso de la Vega y Sor Juana Inés de la Cruz y, finalmente, con “Canoa”, que así titula su nuevo libro Belisario Betancur, en homenaje “al primer vocablo aborigen que se incorporó a la dulce lengua de castilla”.
Por la fluidez de la narración, por su exquisita sencillez didáctica, por la densidad de la investigación, bien puede decir Carlos como Don Gonzalo de Berceo:
“Hermoso oficio os traigo, no es de juglaría
Oficio es sin pecado, porque es de clerecía
Mis versos riman como en la cuaderna vía
Con silabas contadas, es de gran maestría”