Estar en la vida pública, en el Ejecutivo, en el Legislativo, en el Judicial o ejerciendo simplemente como político, es una tarea de tiempo completo y dedicación exclusiva
Cecilia López Montaño Estar en la vida pública, en el Ejecutivo, en el Legislativo, en el Judicial o ejerciendo simplemente como político, es una tarea de tiempo completo y dedicación exclusiva. Los que se toman en serio estas funciones, especialmente en el Ejecutivo, no tienen un minuto para pensar en cosas distintas a sus responsabilidades en un país, que como señala Juan Gabriel Vásquez en su libro “el Ruido de las Cosas al Caer”, está todavía por hacer. Por algo Rodrigo Botero nos enseñó que una cosa es la vida pública y otra los negocios. Ejemplos de altísimos funcionarios que se han destacado y salen pobres de sus puestos hay muchos, que después en la vejez piensen que han debido dedicarle algún momento de sus vidas a hacer dinero pero aceptan que para eso no sirven, también los hay. El mejor ejemplo es el de Alberto Lleras Camargo que cuando terminó su presidencia, sus amigos tuvieron que regalarle un carro porque ni para eso tenía. Pero si se observa la vida de los empresarios serios, que todavía hay muchos, también es evidente que su éxito está muy relacionado con su inmensa dedicación al trabajo. Claro que hacen dinero, pero para frustración de sus familias, muchas veces no tienen ni tiempo de disfrutarlo. Por algo se afirma que ellos, como la mayoría de las mujeres en el mundo, sufren de ‘pobreza de tiempo’. Claro, en el caso de ellos es por decisión y en el de las mujeres es por exceso de trabajo, gran parte dedicado al cuidado de sus familias y aun no reconocido, pero esa es otra historia… Por ello resulta difícil de entender, o mejor, de tragar, cómo personas que entraron pobres a la vida pública, que se han dedicado a ella, y se supone han trabajado por el bienestar de los demás, al final de su vida profesional terminan millonarios y no en pesos sino en dólares. ¿A qué horas? ¿Cómo hicieron? A menos que hayan encontrado petróleo en la finca heredada de sus padres, que hayan tenido un golpe de lotería o que hayan llegado al patrimonio por el matrimonio, los caminos que les quedan son turbios. El primero sería el uso de información privilegiada a la que todo funcionario del Estado tiene acceso y no debe usar ni vender. ¿Será por eso que cuando se es funcionario público a uno le aparecen tantos nuevos amigos y cuando deja de serlo ni le pasan al teléfono? El otro camino y probablemente el más utilizado, sería el tráfico de influencias. Ahora que hay tanta inversión extranjera, ¿se imaginan como puede florecer esta estrategia? O por ejemplo, ¿meter un mico en una ley desde el gobierno o desde el Congreso, de esos bien enredados que pasan desapercibidos, pero que enriquecen no con chichiguas sino con millones? Claro que puede haber políticos ricos pero como ya se mencionó, herencias o golpes de suerte pueden ser caminos absolutamente claros. Lo que preocupa es que cuando se pregunta quién es el más rico de un departamento colombiano, generalmente la respuesta es el político más prestante. ¿Pura herencia, pero de otro y otro pariente político que empezó de la nada? El problema no es que haya políticos ricos sino que los que llegan pobres terminen en ese odioso 1% de los más ricos de los ricos. Pregunto no por envidia sino simple curiosidad.
