Jorge Guebely
Miente el senador Rodrigo Lara afirmando que el Congreso representa a todos los colombianos. Mentira de político menor, tercermundista, astuto y condicionado. Ninguna conciencia de estadista, su mentira ilustra la pobreza de los políticos colombianos.
Miente porque el Congreso representa, por amplias mayorías, el espíritu conservador del país. Conservadores son los miembros del Partido Conservador, políticos que oscilan entre prebendas burocráticas y económicas, entre el oficialismo y la oposición, entre la crítica insubstancial y la complicidad substancial.
Y conservadores son los de Cambio Radical, tolda amangualada con los peores delincuentes de espíritu ultraconservador: Kiko Gómez, condenado a 40 años por corrupto o Miguel Pinedo, cercano a Jorge 40. El mismo Rodrigo Lara avaló a Magdalena Rosa Cotes, miembro de la parapolítica costeña.
Ultraconservador es el Centro Democrático que emparenta con la maña y la corrupción. Álvaro Uribe triunfa con mentiras y tretas. Su hermano está vinculado con un grupo paramilitar. Uno de sus exministros anda prisionero en Estados Unidos. Y si nada jurídico acontece, se debe al poder del conservadurismo en la justicia colombiana, igualmente corrompida.
En el Congreso, hasta los liberales son conservadores. Conservadores, los que, ávidos de votos o por convicción, defienden la moral conservadora de las iglesias cristianas. Y los que protegen la economía neoliberal que es extremadamente conservadora. Sólo quedan los que balbucean el liberalismo cultural, único especio donde pueden vociferar su liberalismo.
Sobreviven pocos congresistas descontaminados aparentemente del conservadurismo: un indígena por acá, un afrodescendiente por allá, una camada pequeña de izquierdistas por aquí. Todos reducidos a denunciar la podredumbre de las mayorías porque, político conservador que se respete, debe ser corrupto para mantenerse en el poder.
Y no es democrático un Congreso cundido de conservadores que sólo representan una minoría de ricos urbanos y rurales, nacionales e internacionales. Que excluyen al resto de los colombianos; poco importa si son liberales o conservadores, de derecha o izquierda, católicos o cristianos, negros o blancos; a quienes embaucan con emotivos discursos y asistencialismos pordioseros. Mucho menos importa si es un libre-pensador como yo. No me siento representado en el Congreso, pero sí padezco sus vergonzosas e inhumanas decisiones. Y ese es el drama de muchos colombianos: tener que obedecer a una institución que es torcida y no los representa.
Alguna vez, por azar, conversé amistosamente con Rodrigo Lara, padre. Bastó media hora para percibir su transparencia y honestidad, virtudes que siempre ondeó en su vida pública. Mirando al Rodrigo Lara, hijo, comprendo la grave degeneración de la política colombiana.