Señor, te seguiré donde vayas

PALABRA DE VIDA

« Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» (Lucas 9, 51-62)

Jesucristo se hizo hombre y vino a nosotros para cambiar el mundo. Por eso actúa con una inquebrantable firmeza de voluntad. Es un hombre de carácter que sabe lo que quiere y que está dispuesto a hacerlo sin vacilaciones. Jamás hay en él algo que indique duda.

Su modo de hablar de su misión y del sentido de su vida es muy preciso y no deja lugar a ambigüedades:

“Yo no he venido a traer lo paz, sino la guerra”, “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”.

No ha existido en todos los siglos un ser tan poseído por su vocación. Ya desde niño era consciente de esta llamada a la que tenía que responder: “¿No saben que tengo que preocuparme de los asuntos de mi padre?”, le responde a su madre cuando sólo tiene 12 años.

Y no faltan obstáculos en su camino. Las 3 tentaciones del desierto y su respuesta son la victoria de Jesús sobre la posibilidad demoníaca, de apartarse de ese camino para el que ha venido. Más tarde, son sus propios amigos los que intentan alejarle de su misión. Se expone, incluso, a perder a todos sus discípulos cuando estos sienten vértigo ante la predicación de la Eucaristía:“¿Ustedes también quieren dejarme?”(Juan 6,67)

Si se piensa que la meta de su misión es la muerte, una muerte terrible y conocida ya desde el comienzo de su vida, entonces se entiende la grandeza de ese caminar hacia ella. Jesús es el heroísmo hecho hombre.

Y por eso, el mismo Jesús que es comprensivo y suave con los pecadores, es inflexible con los vacilantes. Lo vemos en el Evangelio de hoy. La misma actitud firme y decidida que Él exige de sí mismo, en el fondo, la exige también de sus discípulos y de todos los que quieren seguirle. El apóstol tiene que compartir la misión y la vida de Jesús con sus sacrificios. Él no puede perder su tiempo en la formación de hombres que no estén dispuestas a entregar todo por el Evangelio.

Pide de los suyos un seguimiento radical, dejando todo lo demás. Para ir con Él no deben llevar “nada para el camino, ni bastón, ni bolsa, ni pan, tal plata, ni dos vestidos” (Lucas 9,3). Sus seguidores tienen que estar dispuestos a renunciar a su hogar cómodo, a su nido cálido y agradable. Con Él tienen que entrar en el total desamparo: “Los zorros tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

También deben liberarse de su familia y de los compromisos familiares. Hasta deben romper los lazos familiares, si les hacen vacilar o impiden entregarse decidida y radicalmente a la misión de su maestro. Por eso, para seguirle no sirve ni el que se entretiene en despedirse de sus familiares, ni siquiera el que piensa primero en enterrar a su padre. Porque, “el que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de los Cielos”.

Nota: Los Sacerdotes de la Diócesis de Garzón pedimos a usted oraciones, pues iniciamos esta semana nuestro Retiro Espiritual.

Sugerencias: elciastru@gmail.com
 

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