Quince años después, los secuestrados del edificio Torres de Miraflores, no logran olvidar, la noche en que un comando élite de las Farc, incursionó violentamente y los tomó como trofeos de guerra.
Desde los mismos apartamentos que aún ocupan, ese martes 26 de julio de 2001, recordaron los gritos de júbilo, las sirenas estridentes y la algarabía de miles de fanáticos que se habían volcado a las calles para celebrar el triunfo de Colombia sobre Honduras que le aseguraba su pasaporte a la final de la Copa América, el torneo futbolístico más antiguo del mundo.
A esa misma hora, un comando guerrillero, entrenado por expertos irlandeses, se disponían a dar el primero gran golpe, con el que aspiraban a ‘graduarse’.
“Ese día salimos 75 guerrilleros desde la zona de distensión en carros, dos camionetas blancas que parecen a las de la Policía, atrás tenían tablas sin pintar. También salió una camioneta Cheyenne de color rojo, dos camionetas pequeñas, una gris cuatro-puertas y una blanca”, relató Giovanni Escobar Polanía, un experimentado gatillero que se entregó a las autoridades y confesó los detalles de la operación que se había planeado en San Vicente del Caguán (Caquetá) escenario de los frustrados diálogos de paz.
Operación secreta
Semanas antes, los vehículos habían sido adquiridos legalmente a un concesionario en Neiva y luego acondicionados en un taller particular. Las camionetas fueron pintadas con las mismas insignias de la Policía.
“Salimos a las seis o siete de la noche. No conocíamos los caminos para llegar a Neiva. Además, los vehículos estaban carpados”, relató el insurgente, quien permitió en pocos días, develar los detalles de la operación secreta’. En Neiva se respiraba esa noche un aire de fútbol.
Las calles se habían inundado de banderas y los hinchas con sus caras pintadas lucían el tricolor patrio. La Policía impartía instrucciones para evitar accidentes durante la celebración. El Ejército se alistaba para actuar ante la posibilidad de un bloqueo campesino. Terminó el partido. Colombia venció 2-0 a Uruguay y comenzó la locura de la victoria.
En ese ambiente de fiesta deportiva, comenzó la guerra urbana. Un comando de fuerzas especiales, que ‘Joaquín Gómez’ venía preparando desde noviembre de 1992 entró en acción.
El plan
“Media hora antes de llegar a la ciudad, nos dieron el plan de la acción, distribuyeron la gente, los que entraban al edificio eran 15 guerrilleros al mando del camarada Oscar ‘El Paisa’”, relató Escobar Polanía, conocido como ‘Aníbal’.
También entraron ‘Mafla’ quien manejaba uno de los carros; ‘Maribel’, quien se encargó de presionar a la gente para que saliera del edificio; ‘Miguel’, conocido como ‘Sijin’, encargado de revisar los apartamentos; ‘Ricardo’ conocido también como ‘Trofeo’, un comandante de Escuadra quien debía ofrecer seguridad a la entrada del edificio; ‘Manuel’ (‘Medio Metro’) estaba encargado de prestar guardia a la entrada del edificio. ‘Marulo’, sacó a los secuestrados del edificio.
‘Perín’ (…) llevaba la lista de las personas que debía secuestrar. Muchos están presos, otros fueron abatidos en combate o fusilados por sus propios compañeros.
Violenta incursión
Al edificio entraron 15 guerrilleros vestidos de militares. Grupos pequeños con lista en mano fueron subiendo a cada uno de los pisos. Algunos de ellos vestían prendas militares, luciendo insignias y chalecos similares a los que usaba el grupo Gaula, especializado en la lucha antisecuestro. Las puertas las abrían a tiros o con pequeñas bombas.
Afuera, varios insurgentes prestaban apoyo. Uno de ellos, disfrazado de guarda de tránsito, estaba parado cerca de uno de los semáforos de la céntrica avenida. También había hombres armados en taxis en los alrededores de la lujosa edificación de 14 pisos. Una de las camionetas, detuvo su marcha, en contravía sobre la avenida La Toma.
Los rehenes
“Somos del Gaula” le dijo uno de los insurgentes a, la esposa del empresario yaguareño, Tulio Gutiérrez, quien se encontraba durmiendo. El empresario apenas tomó los anteojos de la mesa de noche y se paró a recibir la inesperada visita. Fue el primero en caer.
En otro piso, el empresario Rafael Cruz, jugaba en el computador con su pequeño hijo cuando se repitió la escena con su familia. Cuando escuchó el tropel corrió hasta las habitaciones. Ocho de sus parientes, entre ellos el economista Aníbal Rodriguez Rojas, su esposa Carmenza Briñez, habían sido sacados a la fuerza y los habían conducido al primer piso, con otras siete personas. Entre ellos estaba Gloria Polanco, esposa del ex gobernador Jaime Lozada, y dos de sus tres hijos, Jaime Felipe (hoy congresista) y Juan Sebastián. En la lista estaban también el cafetero Albertano Valencia y la abogada Nancy Ángel Müller.
El médico Carlos Vásquez, herido al ingresar a su apartamento.
El plan escape
Abajo el médico pediatra Carlos Enrique Vásquez, se aprestaba a ingresar a su apartamento cuando se produjo la balacera. El galeno recibió un impacto en una de las piernas.
Minutos antes, tres policías, armados con revólveres, llegaron de casualidad al lugar. Cuando se percataron de lo que ocurría, dispararon. Entonces se formó la balacera que se fue repitiendo por toda la ciudad. ‘El Paisa’, cuyo verdadero nombre es Hernán Darío Velásquez, quien comandó la operación.
Los guerrilleros camuflados de taxistas, encendieron motores mientras disparaban ráfagas al aire. Una granada lanzada en un estadero dejó tres heridos. Un estudiante, se escondió debajo de un automóvil sin percatarse que su conductor corría hacia el vehículo que luego encendió, pasándole por encima. Por fortuna sobrevivió con tres costillas rotas. El ingeniero Antonio José Puentes también resultó herido. Los bomberos, presos del pánico se tiraron el piso. Uno de ellos alcanzó a constar el teléfono. “Es una balacera impresionante”, gritaban.
A esa misma hora, una de las camionetas llena de guerrilleros se dirigía veloz hacia el barrio Alberto Galindo. Estaban confundidos. Otro de los carros fue abandonado cuando se percataron que había pinchado. Otro vehículo era conducido por ‘El Paisa’, cuyo verdadero nombre es Hernán Darío Velásquez. El jefe guerrillero, hoy en Cuba, intimidó a un taxista y lo obligó a que le señalara la ruta hacia El Caguán. Los demás vehículos, con los 15 cautivos, iban rumbo a la zona de distensión, la peor pesadilla que hoy, quince años después, no quieren recordar los secuestrados de Miraflores. La guerra urbana había comenzado.
Luz Marina Facundo, otra de las víctimas secuestrada con hijos y esposo.
‘El asalto, un monumento a la ignominia’
El economista Aníbal Rodríguez Rojas, quien permaneció casi cuatro años en cautiverio, tiene otra visión más optimista. En su criterio Colombia no puede volver a repetir la tragedia que su familia padeció. Cree que quince años después sienten que no se ha hecho justicia, pero confía en que los diálogos de paz, abrirán ese camino.
“Hace quince años, Colombia era un país muy diferente al que tenemos hoy. En esa época, en el año 2001, el país era casi un Estado fallido, en la medida en que las distintas organizaciones ilegales estaban en una posición de mucha fuerza y el Estado colombiano no tenía la capacidad de confrontarlas e imponer la institucionalidad.
Ese Estado casi fallido de entonces es totalmente diferente al de hoy. Ha pasado todo este tiempo en donde se le devolvió la confianza al país. En el campo militar las cosas cambiaron radicalmente. Las Fuerzas Armadas tuvieron la capacidad de reorganizarse que las llevó a producir resultados exitosos en el teatro de operaciones.
En estas condiciones, hoy visto en perspectiva, así nos parezca un poco lejanos, creo que, tener en contexto, un país discutiendo un proceso de paz, es algo muy positivo.
Muy positivo por cuanto se pone punto final a un conflicto de muchas décadas, lo que implica que, el país podrá dedicarse a transformarse aún más aceleradamente.
Colombia tiene todavía grandes conquistas por realizar en el campo de la modernidad. Colombia es un país que está en proceso de desarrollo. Hoy por hoy en este contexto, hay unas instituciones mucho más sólidas, mucho más fuertes aun cuando, por supuesto, imperfectas.
Una de las camionetas abandonadas durante la huida.
La Colombia de hoy tiene, entonces, una gran capacidad de adaptación a las circunstancias, dispone de una economía pujante, de una estructura social, que si bien tiene muchos conflictos y problemas, está mejor preparada para satisfacer las necesidades de la población.
Soy un convencido que, el proceso de paz debe ser apoyado. Y debe ser apoyado porque toda esa experiencia histórica nos lleva a tener claro que Colombia no puede volver a lo que vivimos en décadas pasadas.
Justamente, en el proceso de paz, se está hablando de poner las víctimas en primer lugar, de buscar garantías de verdad, justicia y reparación, pero sobretodo, de no repetición. Es decir, que aquello que nos sucedió no les vuelva a pasar a los colombianos.
El asalto masivo al edificio Torres de Miraflores quedará en la historia de Colombia como un monumento a la ignominia, como una situación que no debe repetirse. Es mejor insistir en transitar los caminos de la paz, así estos sean difíciles, a cambio de tener que volver a padecer los caminos de la guerra que tanto dolor, muerte y frustración causaron en el pueblo colombiano.
En nuestro caso no se ha hecho justicia, por lo menos hasta ahora. En lo personal, este ha sido un episodio que en familia hemos venido superando con mucha fuerza. Esa justicia restaurativa, que usted menciona, viene con el proceso de paz. Los responsables de lo que pasó tendrán que expresarlos en los tribunales que se van a crear y lo importante finalmente es que se conozca la verdad de lo que sucedió realmente y las víctimas de ese secuestro masivo tengamos por fin la tranquilidad que ni a nosotros ni a ningún colombiano este tipo de hechos les vuelva a suceder”.
Aníbal Rodriguez Rojas, presidente Camacol Huila.