El comentario de Elías
Hoy, un poco más allá del posmodernismo, en plena efervescencia mercantil, resulta viable ganar premios de novela en concursos de multinacionales sin ser novelista. Basta seguir la receta. Prescindir de virtudes literarias y reemplazarlas por astucias comerciales. Armar ‘kisch’ novelísticos o adminículos anodinos para exponer en vitrinas. Eludir la tentación de los dioses, no escribir desde las profundidades del inconsciente individual o colectivo. Basta acudir al deseo del prestigio personal para mover la maquinaria de la oferta y la demanda. La escritura debe ser eslabón de mercadeo, no voz sagrada de la especie.
Se seleccionan historias truculentas de periódicos, historias reales e inverosímiles a la vez. Por ejemplo: un senador canalla se apropia de bienes ajenos gracias a la Dirección Nacional de Estupefacientes. Desde el primer capítulo, se inserta una atractiva intriga: el senador canalla recibe nota donde lo declaran objetivo militar. Se inicia así un thriller tan de moda. La nota puede provenir de un hijo del mayordomo quien milita en la guerrilla. También del otro hijo del mayordomo, vinculado al ejército, que es homosexual. Éste no acepta el asesinato en combate de su compañero sentimental al momento de recuperar ese bien al peor paramilitar quien está a punto de quedar en libertad. Se termina con un final inesperado: la nota no provenía ni del guerrillero ni del soldado sino de otro senador canalla quien aspiraba al mismo bien. Lo perdió por ser liberal. En Estupefacientes, los conservadores tenían mayor poder. Se complementa la historia con reflexiones filosóficas y escenas conmovedoras, particularmente, al final. Se esparcen algunos chistes. ¡Qué bello canto a la truculencia banal!
El autor debe asistir a una fiesta de novelistas consagrados. Allí vocifera en voz alta sobre escritores desconocidos, hallados recientemente en las páginas de El Malpensante. Critica a quienes son criticados y adula a quienes son adulados. Entabla relaciones con agentes literarios corruptos, uno con tentáculos en los diferentes concursos internacionales. Asiste a ferias de libros y poesía para vender imagen. De pronto la novela del senador canalla se convierta en best-sellers, en otro espejismo literario.
Para estar en paz consigo mismo, ignora a Borges cuando dice: ‘En mi época no había best-sellers y no podíamos prostituirnos. No había quien comprara nuestra prostitución’. Acepta que el dinero (‘estiércol del diablo’ según Papini) y el mercado no prostituyen. Rebaja su espíritu para refocilarse en el éxito comercial, la prostitución literaria y el estiércol histórico.
¡Cómo nos hemos encariñado con el ‘estiércol del diablo’! La literatura, como el ser humano, también se degrada.
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