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‘Uno con la droga pierde hasta la vergüenza’ 2 24 septiembre, 2024
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‘Uno con la droga pierde hasta la vergüenza’

‘Uno con la droga pierde hasta la vergüenza’ 8 24 septiembre, 2024
Nelson Alvarado, trabaja y se mantiene, después de haber dejado la calle.
La vida de Nelson Alvarado, corría normal en su natal Chinchiná, Caldas. Tendría un poco menos de 13 años de edad cuando una tía suya decidió coger sus casas y venirse para el Huila, en compañía de su esposo. Y él decidió seguirlos.

Llegaron a Algeciras y allí decidieron que era el lugar donde se quedarían a vivir. Nelson comenzó a extrañar a su familia en Caldas, y comenzó a viajar seguido a ver a su mamá. Así lo hizo durante varios años.

“Yo iba y venía a cada rato, hasta que desafortunadamente probé la droga y cuando estaba muy degenerado me venía para el Huila porque me daba pena que me vieran así. Me quedaba por allá unos ocho meses, todo vicioso, aunque me daba a veces como un sentimiento de que esto no podía seguir así”, recuerda Nelson.

Comienzo del fin

Fue el bazuco la primera sustancia alucinógena que probó. Y lo siguió haciendo de vez en cuando, cada mes, al principio. Poco después, algún día pasó por sus manos la marihuana pero no le gustó.

Sin embargo, la droga fue haciendo nido, silenciosamente en el organismo de Nelson. Poco después comenzó a consumir cada 15 días, luego cada ocho, sobretodo cuando bebía.

Así permaneció durante ocho años, como consumidor social, mientras seguía con el hogar que había formado y trabajaba con juicio.

“Cuando probé lo que llaman la pipa, que es algo que ya lo tira a uno al degenero, comencé a eludir la responsabilidad en mi trabajo y en mi hogar. A lo último me descaré, dejé de responder por mi hogar donde tenía una buena esposa y dos hijos”, relata Nelson.

No pasó mucho tiempo hasta que la droga le ganó y lo arrojó a los brazos de la indigencia por casi cinco años. Durante ese tiempo, Nelson vivió las peores experiencias de su vida y se echó al total abandono.

Podía durar hasta tres meses sin tomar un baño, ni rasurar su cara, solo deambulaba por las calles de Neiva. “A mí nada me importaba porque uno con la droga pierde hasta la vergüenza, aunque nunca comí de la basura porque siempre pedía en restaurantes.  Había llegado con un propósito, de conseguir trabajo porque me vi sin plata y además consumiendo hasta que alguien me dijo que me pusiera a reciclar. Vi que eso era bueno y me dediqué a eso”, dice Nelson.

Entre tanto, su mamá agonizaba en un hospital en Caldas, se moría de dolor al saber a su hijo en las garras de la droga y en la física calle. Él por su lado, de vez en cuando, en momentos de lucidez la llamaba y trataba de consolar su llanto diciéndole que estaba dejando esa vida, pero no era cierto.  Estaba peor que nunca.

Una luz

Pero un día, en uno de esos en que andaba por alguna vía de la ciudad, alguien le habló a Nelson de una fundación donde podría haber una esperanza para él.

Y es que estaba cansado de vivir esa vida que había elegido. Con todo y eso, agradecía que tenía salud y no había corrido la suerte de tantos otros que como él, habían anclado en el mar de las drogas.

No pocas veces vio morir a muchos de sus amigos, en madrugadas interminables durante las que ebrios de alucinaciones se peleaban por insignificancias hasta matarse, o en el peor de los casos caían víctimas de algún petardo, en los tiempos del terrorismo.

Fue una mañana cualquiera que Nelson se acercó a la casa que hoy se conoce como la Casa de apoyo al habitante de calle, y que administra la Alcaldía de Neiva.

“Fui una mañana pero me dijeron que la directora no estaba. Que volviera al otro día. Yo tenía como $6.000 y pensé que si me movía de ahí yo me los fumaba, por eso me acosté frente a un hotel acá cerca y dormí hasta el otro día cuando me avisaron que ya había llegado la doctora. Me dijo que había cupo y que me recibían,  lo que me dio mucha alegría porque desde el principio me concienticé de que no iba a estar solo un rato, sino que quería salir adelante”.

Pero seis meses después, Nelson sintió unas ganas incontenibles de salir de nuevo a la calle, e incluso alcanzó a arreglar su maleta. Pero escuchó los consejos de la sicóloga que le dijo que no estaba preparado aún para enfrentarse al mundo, de nuevo. Decidió quedarse.

Desde entonces, han pasado cuatro años. No ha vuelto a consumir ningún tipo de droga, ni tampoco ha vuelto a sentir necesidad de ella. Gracias a los buenos oficios de los profesionales que trabajan en la casa, logró emplearse en Molinos Roa donde aún trabaja.

Sin embargo, no niega que el día que recibió su primer sueldo se tomó una cerveza pero decidió no hacerlo más, pues también debía cumplir con un horario de entrada a la casa y no podía entrar borracho. Sabía que si volvía a hacerlo, recaería también en el bazuco. “Yo no quería hacer lo que otros compañeros que pedían permiso para salir y al otro día volvían llevados”.

Por eso, guardando de su salario logró ahorrar para comprar sus primeras cosas y poder independizarse de manera responsable, como en efecto lo hizo. Además, le envía dinero a su mamá, y claro, a sus hijos que aún dependen de su ayuda.  

Panorama preocupante

Pero el proceso de recuperación, o al menos para quienes así lo decidan, puede llegar a comenzar incluso hasta por la consecución de sus documentos de identidad.

Es que casi siempre lo que ocurre con quienes las drogas los arrinconan en la indigencia es que llegan a un punto que incluso dejan de existir como ciudadanos al perder sus documentos de identidad.

Y de ese proceso, se está encargando la Administración Municipal a través de la Secretaría de Desarrollo Social, y a la cabeza de Alejandra Valderrama.

La funcionaria señala que de acuerdo con la última caracterización realizada en 2013, se estableció que entre los 18 y 29 años de edad se ubica el mayor porcentaje de población habitante de calle. Cerca del 90 por ciento consume algún tipo de sustancia sicoactiva, y en cuanto a género, en el 94 por ciento  de los casos son hombres.

“Es una problemática que radica en varios factores como la falta de empleo pero adicionalmente problema de consumo”, explica Valderrama.

Pero el problema según la funcionaria es que esta población sigue creciendo y solo el 25 por ciento es de Neiva. El resto proviene de otros municipios y departamentos.

Sin embargo, a partir de ahí, la Administración Municipal, una vez identificados los habitantes de calle, se contacta con sus familiares a quienes son entregados.

Intentando nueva vida

No siempre sucede eso y para ello existe la Casa de apoyo al habitante de calle donde se recibe a quienes deseen iniciar un proyecto de resocialización pero con varias condiciones.

A su ingreso, estas personas son requisadas para evitar armas, y drogas. Reciben alimentación pero a la vez se les inculca disciplina  como horarios de entrada.

Sumado a ello, los habitantes de calle que ingresan al programa de la Casa, cuentan con acompañamiento individual sicológico. Según Valderrama, es con base en esta atención que se ha logrado establecer que muchos de los pacientes tienen problemas mentales asociados con el consumo de drogas como paranoia, esquizofrenia, entre otros.

Pero Tulia Inés Cantillo, coordinadora de la Casa de apoyo, sostiene que las evaluaciones sicológicas, han dejado en evidencia que los habitantes de calle solo quieren ser escuchados.

Muchos de ellos, se iniciaron en el mundo de las drogas a los 10 o 12 años de edad solo por problemas afectivos originados en sus hogares donde nadie los atendió y por el contrario recibieron maltrato.

Luego de varios meses de un proceso que incluye atención sicológica, muchos de los ingresan a la Casa, lo logran, e incluso se independizan y ya varias empresas regionales están ofreciendo trabajo a habitantes de calle, rehabilitados.

La temida recaída

Ese es el caso de Nelson Alvarado, por ejemplo, quien trabaja en Molinos Roa, mientras que otros laboran  en las bodegas de Alpina, en construcción o están ya en la universidad. Es decir, se encuentran en la etapa de inclusión social y laboral.

No obstante, otros no lo logran y recaen, como algunos compañeros de Nelson, a quienes las ganas de volver a consumir les ganó.

Algunos incluso han permanecido toda la semana recibiendo tratamiento juiciosamente, pero al pisar la calle durante el fin de semana, jamás vuelven. O si lo hacen, llegan en peores condiciones que la primera vez. 

Quienes deciden seguir, que ya trabajan, cuentan con dormida y alimentación en la Casa del habitante de calle, hasta que logren independizarse, “cuando pasan la gran prueba de recibir dinero”, subraya Cantillo.

Eso sí, son ellos mismos quienes se preparan sus alimentos y mantienen el orden de la casa, como una manera de terapia para crear el hábito de adquirir responsabilidades y buenas costumbres.

Con todo y eso, la secretaria de Desarrollo Social, Alejandra Valderrama reconoce que aún falta mucho por hacer, comenzando por las familias y la escuela donde habrá que hacer ajustes en la educación que los más pequeños están recibiendo.

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Los internos de la Casa del habitante de calle, deben cocinar ellos mismos.