Los grandes empresarios, dotados con la última tecnología, relevan de su actividad al tradicional campesino. De ahí la inquietud de limitar la propiedad agraria como reserva para el pequeño productor. Es la gran riqueza a escala, en desigual concurrencia con la arcaica del sector primario. Pero no hablamos del Catatumbo colombiano, zona de graves conflictos para exorcizar por el trémulo vicepresidente Angelino Garzón. Fue el programa de Tiberio Graco, en los postreros siglos de la antigüedad, para resolver la conmoción social producida por el más viejo de los conflictos, el agrario. La edad de hierro avanzada, colaboró con sus fierros y esclavos, con grandes extensiones roturadas con bueyes enormes en los nuevos territorios anexados por Roma, la gran potencia, para hacer incompetente la antigua propiedad ¡generando el hambre en los campos!
Hoy, Angelino Garzón, con una loable voluntad, intenta ablandar la intolerante vocación de ciertos dirigentes agrarios, profesionales especializados en paros y marchas. Estos, utilizando el viejo conflicto del propietario rural relegado y la empresa industrial y comercial, para reforzar su propuesta radical. Angelino, conciliando voluntades enardecidas que tienen como consigna no conciliar.
Ya las enemistades de dorios y jonios en la nación helénica, patria de Platón y Aristóteles en el siglo VI antes de Cristo, cundida de celosas ciudades-estado, habían obtenido decenas de “revoluciones agrarias”; tiranos ilustrados y demagogos, lograron el poder cabalgando en los reclamos de justicia de las clases pobres. Pero las reparticiones, nunca condujeron a la felicidad y la igualdad. El comercio en manos de mercaderes navegantes y armadores banqueros, terminaban arrodillando a terratenientes mayores y menores. Más recientemente, los koljoses y comunas soviéticos y chinas, constituyeron insalubres fracasos.
En América los repartos ejidales en México, Bolivia, la reforma agraria de Carlos Lleras en Colombia y la cubana de Castro, no lograron la histórica solución del problema de la equidad social. Entre tanto, el estridente populismo no tocó a los patronos rurales de Argentina y Uruguay, el granero del mundo, a pesar de que nuestros propietarios de la costa bien pueden ser unos exiguos e ingenuos detentadores comparados con los ilesos empresarios del cono sur.
La historia es un catálogo interminable de frustraciones agrarias. Y lo seguirá siendo, hasta que se reconozca que entre la producción agraria tradicional, y el fulminante movimiento de la riqueza en las ciudades, existe una diferencia tal, que solo queda aceptarla con honradez. Que mientras la rentabilidad agraria esté remolcada en el último vagón, la entrega de tierras nada resuelve. El amor al pueblo, sin la seria reflexión, solo obtiene la extensión de la pobreza