Se predica que la democracia, es el gobierno del pueblo y para el pueblo. Que se ejerce por medio de delegados. La delegación se hace a través del voto de los ciudadanos. Hasta aquí, en Colombia puede parecer que todo está satisfecho.
¿El pueblo raso, que solo tiene significación o cuenta, para que vote, es el que toma las decisiones sobre, impuestos, distribución del presupuesto, ejecución de obras y en general sobre el desarrollo? No señor. Y por eso es que estamos como estamos, como consecuencia de elegir pésimos gobiernos.
El problema comienza cuando el elector se equivoca y vota por quien no debe votar. Por ignorancia, por exceso de confianza o por efecto de habilidosas sutilezas y perversidades del candidato, para embaucar al elector. Es lo progresivamente común, en Colombia. Y lo que ha hecho posible que cada día, sea más inviable, la satisfacción de los derechos básicos de los ciudadanos. A pesar de las maquilladas estadísticas del gobierno.
Lo común es que el gobernante gaste alegremente y a manos llenas los impuestos que pagan los ciudadanos. No impera la prioridad, la conveniencia socioeconómica de la inversión. Importa el monto del contrato y el tipo de contratista, que más dé y mayor garantía dé, para la distribución del ají.
De la progresiva y general descomposición del poder es que proviene el creciente malestar e insatisfacción del ciudadano.
Eso de que más del 60% de la fuerza laboral nacional, tenga que dedicarse al rebusque y que más del 70% gane menos de dos salarios mínimos y más del 50% menos de un salario mínimo, el 96% de la burocracia, menos de $3.350.000/mes y el 99%, menos de $5.250.000, desnuda el problema socioeconómico nacional y justifica inequívocamente el derecho a la protesta.
La inequidad socioeconómica, es consecuencia, directa y específica, de los pésimos gobiernos, que siempre ha padecido Colombia.
El sector agropecuario, en general, tiene que padecer los efectos de los Tratados de Libre Comercio, negociados irresponsablemente por los usufructuarios del poder político y económico. Pero en el sector, los pobres, que son la mayoría, están condenados. El gobierno, irresponsable y alegremente, pretende resolver todo con subsidios. El presupuesto, convertido en árbol de navidad, no soporta. Es crecientemente deficitario, a pesar del discurso del gobierno y sus áulicos. Para responder por todos los compromisos que gravitan sobre el presupuesto, ni con el doble, podría hacerlo. De ahí el dramático endeudamiento público, ya insostenible, aunque el gobierno lo niegue. La protesta es más que justa.