Las matronas de antaño solían espantar a los hombres de los fogones porque según ellas los hombres en la cocina no servían.
En su momento lo mismo se pregonaba de las mujeres en el ámbito político. Esa profesión que levanta amores y odios estuvo vedada únicamente para los miembros del género masculino por muchos años.
Solo hasta bien entrado el siglo XX en Colombia, las mujeres pudieron gozar de la posibilidad de ir a las urnas, y cuando lo hicieron votaron en masa, con un grado de responsabilidad y de patria nunca antes visto, hay testimonios de mujeres que desde que se instauró el derecho al voto para ellas, nunca han dejado de votar por más de que los años no vengan sin sus respectivos achaques.
Hoy en día el panorama pareciera ser otro, y la apatía de las nuevas generaciones femeninas (claro está que lo mismo pasa en los muchachos), se estuviera extendiendo y convirtiendo en un común denominador.
El voto femenino, ha sido casi siempre un voto programático, porque se toman la molestia de escuchar y leer lo que los candidatos tienen para ofrecer a nivel de propuestas, y como pasa casi siempre en la vida cotidiana, se gastan su tiempo para elegir bien.
La cuestión es que, por muchos años, por más de que pudieran sufragar, les tocó votar única y exclusivamente por hombres. Tal vez no por prohibición expresa de la ley sino porque el machismo sigue estando presente en la política de manera amplia.
No resulta extraño que de las miles de candidaturas que hoy existen en el País, muy pocas estén encabezadas por mujeres, pero lo que más llama la atención es que en algunos casos, aun habiendo mujeres, estas no se encuentren dentro de las opcionadas para ocupar los correspondientes cargos a proveer.
Un ejemplo claro se encuentra en el Concejo de Neiva, con la salida de Clara Vega, aspirante ahora a la Asamblea del Huila una de las dos concejales que tiene la ciudad de 19 en total, se pierde la escasa participación femenina que existía en esa Corporación, que en términos porcentuales solo era un poco más del 10%. La otra concejal, de apellido Jiménez, al parecer no volverá a aspirar, ya sea porque es de un partido ahora inexistente como el mío o a lo mejor por su discreto paso en dicha entidad.
Lo lógico sería entonces que existieran sucesoras de esas curules, pero lo lógico no siempre es lo que vemos en la realidad y la realidad es que en los últimos sondeos de opinión los 19 favorecidos con el voto de la gente serán hombres en su totalidad.
Es tal el machismo aún hoy en día que las pocas mujeres que se postulan a cargos de elección popular han aprendido tanto de los hombres que hasta las cosas malas se les quedan, de ello pueden dar fe la ex alcaldesa de Florencia, ex congresistas acusadas de parapolítica, y muchas otras funcionarias que frecuentemente salen en medios de comunicación acusadas de todo tipos de defraudaciones al sistema. Parece ser que la corrupción es el verdadero medidor de igualdad en nuestro país, porque aplica sin distinción de credo, raza, sexo o color político.
Pero la pregunta que surge es ¿Por qué si demográficamente las mujeres son mayoría en este país, continúan siendo minoría en cargos públicos?
Ya se había dicho que el machismo era una de las causas, un machismo que fundamentalmente encarnan las mujeres quienes no ven en sus congéneres unas figuras confiables para ocupar cargos públicos, otra causa a lo mejor sea la falta de carisma que los señores de la política si han sabido aprovechar; se echa de menos que habiendo tantos uribistas, santistas y petristas, nadie alguna vez se le haya ocurrido acuñar el término “noemista” “clarista” o “piedadcordobista”.
La cuestión no radica en que las mujeres se vean en la estricta obligación de votar por otras mujeres, o que exista una ley de cuotas en este caso para los cargos de elección popular, distorsionando así el verdadero sentido de la democracia y su ejercicio en una sociedad pluralista y participativa como es la colombiana (al menos como base constitucional).
Las mujeres deben ser gestoras de un cambio del paradigma que tenemos, evitando servir de títeres a intereses oscuros de sus padrinos políticos, dejando a un lado esa banalidad representada en una política de escritorio, círculos sociales, peinados maquillaje y joyas, apoyando a líderes políticos que pueden ser perfectamente hombres, que les interese la causa y por supuesto, llegando sin temor a las urnas y presentándose como lo que son, diferentes pero iguales, participes de la proyección de una política nueva, más incluyente y equitativa. Que ojalá en pocos años las asambleas y los concejos se vean nutridos de una mayor participación femenina, no por la intervención mezquina de una ley que obligue a que así sea, sino porque traspasando barreras de género los ciudadanos acudan sin sesgos y voten convencidos de que estarán bien representados.