Volvió la diplomacia

Las relaciones entre Colombia y Venezuela superaron su peor momento. Pero que eso se traduzca en un alivio para la población de frontera dependerá de lo que venga después.
 
El esperado encuentro entre los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro cumplió las expectativas. En el palacio presidencial de Quito, Ecuador, acompañados de los mandatarios anfitrión, Rafael Correa, y de Uruguay, Tabaré Vázquez, se reunieron durante cinco horas –una y media a solas– que concluyeron con un comunicado conjunto que no decía mucho pero que tenía un tono sereno y diplomático, muy diferente a las declaraciones que se habían cruzado en las últimas semanas. Se cumplieron las expectativas, porque no eran muy altas.
 
Desde el punto de vista concreto y práctico, no hubo muchas decisiones. Ni se habló de la posibilidad de volver a abrir la frontera, ni hubo alusiones a las violaciones de los derechos humanos de los migrantes colombianos. Los temas se tocaron en privado, pero en público Santos no hizo cuestionamientos ni Maduro intentó justificaciones. Volvió la diplomacia: solo dos días después se reunieron en Caracas delegaciones ministeriales de los dos países, encabezados por sus cancilleres, María Ángela Holguín y Delcy Rodríguez. En ese escenario volvieron a chocar las visiones divergentes sobre los problemas fronterizos –contrabando, paramilitarismo, diferenciales cambiarios, condiciones de deportación–­ pero ante los medios conservaron la calma.
 
Los únicos anuncios fueron de procedimiento. La cumbre presidencial derivó en la reunión de ministros de Caracas, y esta última concluyó con la convocatoria de un nuevo encuentro, este martes, de los ministros de Defensa. Sin embargo, aunque todo parece una formalidad, que los dos gobiernos vuelvan a hablar es un paso hacia adelante. De una parte, porque estos encuentros detuvieron el escalonamiento verbal que, hasta la cumbre de Quito, estaba llegando a niveles preocupantes. Y de otra, porque se reabrieron las puertas para entrar a estudiar los temas de fondo. La reunión de los ministros de Defensa será la primera en cuatro años. Y es un hecho que los problemas fronterizos –llámense como se llamen– tienen un alto componente de inseguridad.
 
La gran pregunta es si después de la reunión entre los presidentes Santos y Maduro las cosas seguirán igual. Por ahora, la frontera sigue cerrada, pero los canales diplomáticos se volvieron a abrir. Los embajadores de cada país regresan esta semana a sus sedes diplomáticas, lo cual se interpreta como una señal de voluntad de los dos gobiernos para detener el deterioro en las relaciones, bajar las tensiones e iniciar un proceso –así sea progresivo– hacia la normalidad.
 
Las acusaciones mutuas –Santos criticaba la revolución bolivariana, Maduro cuestionaba el paramilitarismo colombiano– fueron reemplazadas por una exaltación del diálogo. Tampoco es poco cosa. Y se convocó a una reunión de ministros para este miércoles en Caracas, sin agenda detallada ni composición definida, que entrará a estudiar soluciones para los temas de fondo: el contrabando, el narcotráfico, el paramilitarismo o las bacrim.
Con todo lo anterior es poco probable que –por ahora– Colombia y Venezuela sigan en la dinámica de conflicto ascendente del último mes. Si esta situación se consolida, la reunión de Quito quedaría convertida en el punto de inflexión, el lugar donde cambió el rumbo, y hacia la dirección correcta.
 
Santos y Maduro, en fin, dieron un paso adelante. Pero eso no significa que desandaron totalmente el trayecto recorrido, en la dirección incorrecta, desde el 19 de agosto. Santos había llegado a hablar de Hugo Chávez como su “nuevo mejor amigo”, y todo parece indicar que volver a ese punto es casi imposible. Su visible incomodidad en la foto del Palacio de Carandelet –su rostro, su reticencia a darle la mano a Maduro, su retiro rápido– dice mucho sobre las heridas que quedaron abiertas después de las ofensas del último mes.
 
También es elocuente que en el comunicado conjunto se hace referencia a que Ecuador y Uruguay seguirán acompañando las relaciones bilaterales y estarán presentes en algunas de las reuniones. El lazo bilateral colombo-venezolano fue reconstruido y se volvió a ligar, pero es tan débil que todavía no se puede dejar a su propia suerte. Los presidentes insistieron en que el diálogo fue necesario pero duro, que se plantearon las diferencias, y reconocieron –con un énfasis inédito hasta ahora– que sus pensamientos son opuestos y que los regímenes político y económico de los dos países son tan distintos que no tienen asegurada su coexistencia pacífica.
 
Si algo deja en claro la crisis fronteriza es que los problemas son profundos y complejos. El narcotráfico, el paramilitarismo o bandas criminales, el contrabando de gasolina, el comercio ilegal, existen desde hace décadas y en los últimos meses han crecido por la coyuntura internacional –caída en el precio del petróleo, devaluación del peso colombiano–. Justo en momentos en que los dos países se preparan para elecciones, esos flagelos se han agravado y se han politizado. Y los discursos oficiales de los gobiernos dejó de ser el tradicional –es necesario cooperar para enfrentarlos– y fue reemplazado por uno nuevo y peligroso: reconocer los problemas, pero culpar al vecino. Un pecado que le cabe más a Maduro que a Santos, aunque el presidente colombiano también se ha dejado tentar.
 
La gran pregunta, ahora, es si la reapertura de los canales diplomáticos –así sea limitada– servirá para tratar –de un modo que minimice la confrontación– la agenda de asuntos fronterizos. Es decir, si la frágil y resentida estructura de la comunicación diplomática sirve para encontrar soluciones para problemas tan complejos. La reunión de los ministros de Defensa, esta semana, será clave.
 
Muchos analistas aseguran que Maduro no quiere un desescalamiento y que mantendrá la crisis hasta las elecciones del 6 de diciembre. Y aunque esa hipótesis tiene validez, también hay que tener en cuenta que el mandatario venezolano tiene intereses en sentido contrario y que no puede descartar la distensión verbal con Colombia. La acusación de que el gobierno chavista viola los derechos humanos de los migrantes colombianos se suma a otros cuestionamientos de la comunidad internacional por los abusos contra la oposición. Estos señalamientos debilitan la posición internacional de Venezuela y Maduro –quien fue canciller de Chávez durante seis años– lo sabe. Al venezolano tampoco le simpatiza que la opinión pública colombiana lo vea como un enemigo que abusa contra los humildes habitantes de la frontera. De hecho, quisiera recibir reconocimientos por su importante apoyo al proceso de paz en su etapa inicial.
 
Y más aún, luego del acuerdo anunciado por Santos y Timoleón Jiménez esta semana. Si al comienzo del proceso de paz se decía que Santos tenía que bajar el tono ante Venezuela por la ayuda de Chávez con las Farc, ahora es Maduro el que tiene que moderar su agresividad para no quedar al margen del mejor momento de los diálogos de La Habana. Roy Chaderton, el embajador de Caracas que hace un mes bloqueó la solicitud colombiana de convocar una reunión de cancilleres –con un discurso duro y ofensivo–, el miércoles en Caracas firmó el acuerdo entre el gobierno colombiano y las Farc, en calidad de representante de Venezuela como país acompañante. El jueves, Maduro llamó a Santos para felicitarlo por el avance en las negociaciones con las Farc.
 
En el ambiguo balance entre el cierre de la frontera y la apertura de la diplomacia se podría hablar de una guerra fría, pero sería más exacto hablar de una ‘paz fría’. Una coexistencia caracterizada por una menor agresividad verbal, una agenda de cooperación limitada, y dos mandatarios que ya no pelean pero tampoco son los mejores amigos.

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