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“Maestro, que bueno es estar aquí”. Por Padre Elcías Trujillo Núñez

PALABRA DE VIDA Especial LA NACION Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» (Macos 9, 2-10) El Señor  manifiesta su gloria en la Transfiguración, y la liturgia nos hace ver este hecho  en tiempo de cuaresma, para mostrarnos que todo tiende hacia la Resurrección de Jesús. Sólo desde la Pascua, la pasión y muerte en el Calvario adquieren su verdadera dimensión. Preguntémonos, ¿qué significó la transfiguración en la vida de los apóstoles? Ellos estaban acostumbrados al Señor. Lo veían todos los días, bebían y comían con Él, sabían todo lo que hacía, escuchaban sus sermones. Y cuanto más lo escuchaban, menos atención mostraban, menos lo entendían, menos impresionados quedaban. Entonces el Señor juzgó que esta situación no podía continuar, que los apóstoles necesitaban de una visión, de una transfiguración. Un día los toma aparte y los lleva a una montaña alta. Y en la soledad y el silencio de la montaña, se sosiegan, aprenden a callarse, se liberan de sus preocupaciones y ambiciones humanas. Están solos con Él: empiezan a fijarse en Él, a mirarlo de verdad, a conocerlo. Y cuando oyen la voz de arriba: “Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo”, entonces se abren sus ojos y sus mentes y van sintiendo la presencia de Dios. Se dan cuenta de que Jesús es mucho más que un simple profeta. Están tan llenos de alegría que quieren quedarse para siempre allí arriba: “Que bueno es estar aquí”. También muchos de nosotros necesitamos una visión, una revelación, una transfiguración del Señor, como los apóstoles. Porque también  estamos tan familiarizados a creer en Él, a oír hablar de Él, a rezarle  a Él, que la rutina desde hace tiempo nos tiene cautivados. Y lo que mata el amor, lo que destruye la fe, lo que deshace la Iglesia, no son las crisis ni las revoluciones, sino simplemente la rutina. El medio para recibir esa gracia de una visión, de una transfiguración es ahora el mismo que en aquel entonces. Tenemos que evadirnos de la rutina. Tenemos que subir a una montaña, es decir, buscar un poco de soledad, callarnos, conversar íntimamente con el Señor, consagrarle un poco más de tiempo. Dedicamos  tiempo para muchas cosas, pero ¿cuanto tiempo para el Señor, para leer su Palabra, para orarle, para contarle nuestros secretos, para adorarle, para conocerlo un poco más? ¿Por qué no le consagramos alguna vez una hora en un lugar silencioso de nuestro hogar, en la serenidad de la naturaleza? Y si lo hacemos, entonces nuestros ojos se abrirán por fin. Comenzaremos a ver con claridad en Él y en nosotros mismos. Su presencia se convertirá en algo real y cercano. Podremos hablar con Él, en silencio, de cara a cara. Su deseo y voluntad se nos aparecerá con evidencia. Y entonces quizás le diremos también nosotros, lo mismo que dijeron los apóstoles: “Señor, que bien estamos aquí. Esa sería la señal decisiva de que hemos comprendido algo, de que hemos asistido con un corazón abierto al encuentro del Señor. Feliz domingo. NOTA: Mujer, congratulaciones por el 8 de marzo… gracias porque sacrifican todo por lo que aman. Sugerencias al e mail elciast@hotmail.com