Mujeres: de la abnegación al poder. Por Belén Alarcón

La tradición judeocristiana que centra la atención en la mujer mártir subalterna, virgen concebida sin pecado y que sufre bajo el poder de la cultura burguesa, invisibiliza la fuerza política de su trabajo, sus escritos, la importancia de sus análisis, anula la “otra” voz o estigmatiza sus ideas, acabando con la posibilidad de construir una sociedad incluyente y con equidad de género. El valor de la abnegación, como la capacidad de renunciar a sus propios intereses en servicio de la humanidad, es convertido en sumisión. Así su dedicación al trabajo con las víctimas, ya de la guerra o de las injusticias del sistema, lo ha asumido con mayor integralidad no porque sean las mayores víctimas sino a título de ser humano. El Premio Mujer virtud Neivana que instituye la Alcaldía de Neiva, parece ir en esa dirección, treinta y seis abnegadas mujeres, trabajadoras sociales voluntarias, aspiran al preciado trofeo. Parece que el ser política no es una virtud a ser fácilmente reconocida en una mujer y más bien la cubre de impureza, a menos que la ejerza como portavoz de la política tradicional masculina. Aún el patrón de representación de la mujer sigue atado al espacio más oscuro del pasado, casi se le pone premio a la castidad y la pureza. Se hace necesario desvictimizar las bregas de las mujeres por los derechos, para transformarlas en acción política, pues la cultura patriarcal le asigna no un valor laico y secularizado sino de humanitarismo filosófico-religioso, despojándolas del papel de actoras políticas. Relegándolas a inocuos liderazgos, se les excluye de la política mientras se les instrumentaliza para beneficio de los políticos. A la mujer política y más si es crítica se le desvaloriza, tal parece ser el caso de Piedad Córdoba a quien por disposición de un procurador misógino, intentan despojarla de su condición al quitarle la senaturía, a la que había llegado con una de las más grandes votaciones. Su lucha a favor de la paz, se mueve en el campo político, le apuesta a construir poder, ser gobierno. Esta no es una virtud. Las voluntarias del movimiento de victimas, como las hermanas de la caridad, su intencionalidad va a lo sumo hasta la incidencia, luchan a favor, pero no encarnan ellas mismas una aspiración de poder. Hay una línea sutil pero definitiva que las diferencia de las luchadoras a favor de la paz y contra la guerra. Es la línea que hay que saltar, para obtener el premio mayor, ser reconocidas como sujetos políticos.

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