Hace 85 años, el 23 de noviembre de 1928, José Eustasio Rivera iniciaba una dolorosa agonía: los cortos días previos a su muerte, el 1 de diciembre de ese mismo año. La historia es ampliamente conocida, y nos remite una vez más a la frágil memoria que el Huila, como su tierra natal, no ha tributado suficientemente al autor de “La Vorágine”, al aproximarse un nuevo aniversario de su fallecimiento.
Rivera había llegado a finales de abril de 1928 a Nueva York. Tenía apenas 40 años de edad, y ya había obtenido cierta notoriedad literaria, junto a un reconocimiento en el ámbito político y diplomático.
Su biógrafo Eduardo Nealez Silva relata que “no sabiendo el inglés y hallándose un poco despistado, en la inmensa ciudad, le cayó providencialmente un bogotano que conocía bien ese monstruo urbano: José A. Velasco, amigo fiel, servicial, quien junto con Carlos Puyo Delgado, el periodista radicado en Nueva York, pleno de prestigio y éxito, fueron para Rivera los definitivos apoyos en los últimos 9 meses de su vida”.
Rivera Salas estaba interesado en editar “La Vorágine” en inglés. Antes del 23 de noviembre, se ofreció una comida para despedir a un aviador colombiano, Benjamín Méndez Rey, quien haría un vuelo pionero entre Nueva York y Bogotá. En ese encuentro, otro colombiano, el médico Eduardo Hurtado, estuvo al lado de Rivera y relató que el novelista le había contado los dolores y penalidades que sufrió en la selva cinco años atrás, incluidos varios brotes de malaria.
Recuerda el también médico Humberto Rosselli que “es sabido que Rivera padeció en varias ocasiones crisis de delirio agudo febril con convulsiones en una de las cuales falleció en Nueva York. Otra le había sobrevenido en 1918 en Orocué; luego se le repitió en Sogamoso en 1920 en que fue atendido por el dr. Julio Sandoval, distinguido médico de la localidad. La crisis se repitió con características de gravedad en Purificación, Tolima, en marzo de 1921”.
El especialista relata también que “en la madrugada del 23 de noviembre de 1928”, Rivera “acudió al aeropuerto de Rocky Way, cerca de Nueva York, para despedir con otros compatriotas el avión Ricaurte del piloto Méndez Rey. A su regreso del aeropuerto, Rivera cayó enfermo y en pocos días entró en fiebre alta, estupor, inconciencia, convulsiones y hemiplejía (parálisis de un lado del cuerpo)”.
Un informe periodístico precisó que “el 25 de noviembre reaccionó un poco y hasta pudo entrar en contacto con su traductor inglés de ‘La Vorágine’. Volvió a agravarse el 26 y por fin el 27, en estado casi comatoso, fue llevado al New York Policlinic Hospital, inconsciente, con convulsiones y síntomas de hemiplejía pasó los días 28, 29 y 30 de noviembre”.
En ese estado, Rivera falleció el 1 de diciembre. Su cuerpo embalsamado fue llevado de Nueva York a Colombia para ser enterrado el 9 de enero de 1929 en el Cementerio Central de Bogotá, “tras un trayecto de 39 días en distintos medios de transporte y recibiendo en cada puerto y en cada pueblo por los que pasaba los homenajes que nunca recibiera en vida”.
¿Memoria?
A pocos días del aniversario 85 del fallecimiento de quien es considerado como la figura más emblemática del departamento del Huila y “La Vorágine”, un clásico de la literatura hispanoamericana, poco o nada es lo que se ha propuesto para honrar su memoria como merece.
Desde luego, el antiguo corregimiento de San Mateo es hoy el municipio de Rivera; existe la Bienal Nacional e Internacional de Novela “José Eustasio Rivera”; el centro de convenciones de Neiva y varios colegios llevan su nombre, y el año pasado, como parte de los eventos de celebración de los 400 años de fundación de la capital huilense, el novelista fue escogido por votación popular como el personaje más representativo.
Sin embargo, creeríamos que no es suficiente. Por ejemplo, la que es señalada en Neiva como la vivienda donde nació Rivera es hoy la sede regional de la Dirección de Migración, y solo una pequeña placa en la fechada recuerda su fecha de nacimiento.
Y por si nuestra memoria histórica no pudiera empeorar, el mausoleo en su honor en el Cementerio Central de Bogotá aparece gravemente deteriorado, con evidentes daños y humedad, y amenaza ruina.
Fotos
José Eustasio Rivera.
El mausoleo de José Eustasio Rivera en el Cementerio Central de Bogotá: abandonado y deteriorado.
Fotos Vigías Huiltur
Placa en la sede regional de la Dirección de Migración en Neiva.
Foto Rafael Trujillo