La Organización Mundial de la Salud anuncia que el suicidio es la segunda causa de muerte en el mundo en el grupo de 10 a 24 años, sin contar las tentativas del suicidio. El Instituto de Medicina Legal en su reporte “Comportamiento del Suicidio en Colombia” (2011) señala con gran preocupación el incremento del fenómeno del suicidio a edades cada vez más tempranas (entre 15 y 17 años de edad).
Estos datos muestran algo alarmante: nuestros adolescentes están perdiendo el rumbo de su existencia, lo que los lleva a tomar un camino que no tiene regreso, una ruta fugaz, una decisión fatal, con consecuencias lacerantes para su entorno. Se están asfixiando en una sociedad consumista, inapreciable e insensible, donde sus gobernantes se preocupan más por alcanzar los indicadores económicos y por consiguiente gozar del reconocimiento de la diplomacia internacional.
Nos estamos presentando como una sociedad silenciosa, inexperta y penosa para atender este devastador fenómeno. Escuchamos con frecuencia que los jóvenes se están perdiendo en un nublado laberinto, pero no reaccionamos ante sus clamores, solo postfacto procedemos a lamentar el hecho, a culparnos, o incluso a juzgarlos.
En el mundo hay un sinnúmero de casos donde nuestros jóvenes pedían un poco de atención y nadie se las ofreció, porque uno de los mitos del suicidio es que “el que se va a suicidar no avisa” o “solo quiere llamar la atención”. Los jóvenes siempre quieren llamar la atención, de una u otra manera, pero es ahí donde tenemos que actuar los adultos: padres, educadores, amigos, autoridades y demás; todos debemos estar prestos para una oportuna intervención.
En muchos casos de suicidio que el mundo ha conocido, los jóvenes sí han mostrado señales de sus fatales planes. Las canadienses Amanda Todd y Rehtaeh Parsons, con tan solo 15 años de edad, constituyen contundentes ejemplos. Las adolescentes clamaban urgentemente que alguien las ayudara frente al ciberacoso que estaban sufriendo. Similar desenlace tuvo Brillith Lorena González, quien tomó la decisión de auto eliminarse en la cancha de baloncesto de una institución académica de Mariquita (Tolima). Y así se podrían llenar páginas con ejemplos de suicidios resultantes del acoso escolar, el ciberacoso, la soledad, la pobreza, la incomprensión, la violencia intrafamiliar, entre muchas otras circunstancias.
¿Quién responde por esto? ¿Quiénes son los culpables: los padres, los amigos, los profesores, las autoridades, o acaso los mismos adolescentes? ¿O es sencillamente una opción para morir que el mundo moderno nos ofrece? Difícil saberlo.
No tiene nombre que los niños y los jóvenes de nuestro país, ni de ningún país, estén recurriendo a esta espeluznante decisión cuando tenemos métodos y mecanismos al alcance para hacer de sus vidas más tranquilas y llevaderas, aprovisionándoles programas de prevención y atención urgente.
Los jóvenes, así como algunos niños y adultos, están tomando un rumbo equivocado, mientras la sociedad, especialmente aquella a quien el suicidio no ha tocado, se concentra en otros intereses: el consumo, la vanidad, lo efímero, la competencia, la apariencia, en tener, en trabajar, en pasarla bien. Emile Durkheim plantea que el suicidio, por esencia, es un fenómeno social y como tal refleja la sociedad en la que se producen estos hechos (Citada por Acero, 2011, p.28).
La prevención del suicidio es una misión de todos: La familia como bastión principal, los profesores en su función de orientadores, las comunidades religiosas o civiles, el gobierno a través de programas y redes de apoyo, y los amigos como conocedores de circunstancias personales que los anteriores quizás desconocen.
Así, con compromiso y amor por el otro, podremos escuchar el grito de los que aún están.
Referencias:
Ps. Paulo Daniel Acero, libro sobrevivir al suicidio, 2011.
(http://www.caracol.com.co/noticias/regional/la-soledad-habria-llevado-a-brigitte-de-14-anos-al-suicidio/20120921)
(http://www.ciberbullying.com/cyberbullying/2012/12/07)
(http://www.cbc.ca/news/canada/nova-scotia/story/2013/04/18)
Silvana Velásquez es estudiante de Psicología de la Universidad Cooperativa de Colombia, con amplios conocimientos en enfermería, alta competencia lingüística en inglés y una significativa experiencia laboral en hospitales de Estados Unidos, en las áreas de salud mental, rehabilitación y neurología. Es integrante de la Red Mundial de Suicidiólogos, de la Red Nacional de Suicidiología, y de la Mesa Institucional de Prevención y Atención de la Conducta Suicida del Ministerio de Salud.
“Escuchamos con frecuencia que los jóvenes se están perdiendo en un nublado laberinto, pero no reaccionamos ante sus clamores, solo después procedemos a lamentar el hecho, a culparnos, o incluso a juzgarlos”