«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. “» (Marcos 4,26-34)
Padre Elcías Trujillo Núñez
Este domingo el Evangelio nos presenta la esencia del evangelio: el Reino de Dios; realidad que no tiene nada de espectacular, sino que se presenta de forma oculta, discreta, secreta y sorprendente. El Reino de Dios es la mejor metáfora del Amor de Dios, pues “sin que nadie sepa cómo”, se va haciendo presente en la historia de la humanidad para transformar la persona y el mundo entero, en espacios de amor, de justicia, de reconciliación, de perdón y de fraternidad, no de violencia, de arrogancia, de corrupción, de ineptitud como lo hemos visto en Colombia estos días del paro nacional. Nada detiene el anuncio del Reino de Dios, pues es una propuesta abierta y universal para que la humanidad participe en la salvación que el Señor nos ofrece. Pero el evangelio no dice qué es el Reino, ni dónde está, ni en qué consiste. En todo caso es algo que viene de Dios, en Él tiene su origen. El Reino de Dios, está vinculado a la actividad liberadora de Jesús en favor de los oprimidos y excluidos, de los enfermos y marginados.
La autoridad de Jesús puesta al servicio del hombre. La siembra para un mundo nuevo nos corresponde a todos nosotros. Es aquí donde está nuestra responsabilidad, por eso Dios da pequeñas semillas que cada uno debe cultivar y hacer crecer. Soy consciente de la manía de lo grande y de lo inmediato que anida en cada corazón y en nuestra sociedad. Lo queremos todo ya, aquí y ahora. Despreciamos lo pequeño y lo invisible. Saint Exupéry, autor de El Principito, dice que las cosas esenciales sólo se ven con el corazón. Dios según la parábola del grano de mostaza nos ofrece una enseñanza sorprendente. Dios no nos necesita, pero cuenta con nosotros. El evangelio, semilla de mostaza sembrada en el campo del mundo, es fuerza de salvación para todos los que creen en él. La vida de Jesús, semilla sembrada y enterrada, ha dado grandes frutos y se ha convertido en el único árbol en el que todos podemos hacer nuestro nido. A Jesús también le preocupa, que nosotros terminemos la jornada desalentados, al ver que los esfuerzos por un mundo más humano no tengan el éxito esperado.
Valdría la pena preguntarnos: ¿Mantengo la plena confianza en el Señor? Lo más importante es no olvidar nunca cómo hemos de trabajar. Y para enseñarnos esto, Jesús toma ejemplos de la experiencia de los campesinos de Galilea, nos anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Tenemos que fijarnos como trabaja Él. Lo primero que debemos saber es que nuestra tarea es sembrar, no cosechar. No vivir pendientes de los resultados. No nos ha de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Nuestra atención como cristianos, se centrará en sembrar bien el Evangelio. Solo somos sembradores.
La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como “un grano de mostaza” que germina secretamente en el corazón de las personas. Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de Dios penetra en una persona, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda. El mundo necesita buenos sembradores, para tan excelente semilla: el Evangelio.