La Nación
Dolor de patria 1 24 octubre, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Dolor de patria

Monseñor Froilán Casas, obispo de Neiva

Gracias a Dios, fui formado en un ambiente familiar en donde me enseñaron con la palabra y el ejemplo a amar nuestro terruño. Las fiestas patrias se celebraban con gran solemnidad, desfiles, himnos, uniforme de gala, discursos alusivos a la conmemoración, respeto a los símbolos patrios, -se respetaba la fecha y los profesores, verdaderos maestros, no exigían un día de compensatorio por participar en la celebración-; nos presentaban la historia sin resentimientos sociales. Cuando salí del país a cursar mi maestría en Roma, al recorrer en período vacacional diferentes países del Centro de Europa, sentí dolor de patria. Mi país, más rico en recursos naturales que muchos países de Europa y del mundo; sin embargo, la terrible pobreza en que vivimos. La generación de la postguerra fue una generación civilizada, llena de valores. El trabajo era la bandera de la prosperidad: cero desempleo y el ritmo de crecimiento se percibía. La puntualidad era la norma de conducta de todo el mundo, tanto en el sector público como en el sector privado: allá no llegaban los directivos tarde a los compromisos para hacerse sentir importantes. El Estado era cuidadoso en el recaudo de los impuestos, pero estos se veían en las buenas calles y excelentes autopistas, puentes, viaductos y túneles, excelentes hospitales y escuelas. La corrupción no aparecía por ninguna parte, por eso rendía la plata: funcionarios venales no existían; el soborno, el cohecho, el chantaje y la “mordida” eran casi inexistentes. Se respetaban las señales de tránsito: se respetaban las cebras y la velocidad de los vehículos automotores no se controlaba con reductores y policías, sino con la conciencia ciudadana. Los padres de familia y los maestros enseñaban más con el ejemplo que con las palabras. El código de valores se escribía en el corazón no en el pizarrón y en los sistemas “on line”. Me preguntaba, en aquel entonces, ¿cuándo mi país llegará a esos niveles? Sencillamente porque no se nos da la gana, -aquí tenemos una mentalidad de esclavos, necesitamos el verdugo para cumplir con nuestros deberes-. Perdón por haber utilizado la palabra “deberes”, excúsenme, eso no cabe en el nuevo glosario de los jóvenes; ahora, todo son derechos, ¡qué pena! Claro, de una Constitución marcada por los derechos, ¿qué podemos esperar? El deber está “out” de la mentalidad moderna. Cuando recorrí el pequeño país judío, Israel, mi asombro y mi admiración fueron enormes: el desierto convertido en un vergel; el aprovechamiento del agua era impactante, allí no se despilfarra nada; los espacios son optimizados y el respeto y cuidado de los recursos naturales, digno de encomio. Me preguntaba, -por qué si lo pueden hacer los hebreos, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros que estamos llenos de riqueza? Definitivamente, ¿será que al colombiano hay que hacerlo nacer de nuevo? ¡Qué pueblo tan contumaz y duro de cabeza! Habría que elaborar un código de contravalores para que se vivan los valores, -como nos gusta llevar la contraria, de pronto funciona-.