«En verdad, en verdad os digo: Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna… Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan.” Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.» (Juan 6,24-35).
Padre Elcías Trujillo Núñez
El Evangelio de este domingo nos sitúa en el discurso del pan, con una dimensión profundamente eucarística. El gesto de Jesús consistió en tomar el pan, dar gracias, partirlo y repartirlo. Su acción no fue multiplicar sino dividir. Jesús no resolvió el problema de la muchedumbre hambrienta por arte de magia ni por sí solo, sino implicando a los discípulos en una acción tan humana y posible como partir y repartir el pan disponible. Este gesto prodigioso de Jesús, es la gran señal para los suyos y hoy para nosotros. Ante las escalofriantes cifras de pobreza a causa de la injusticia y desigualdad en el reparto de los recursos y bienes de la tierra, ante la agobiante crisis económica que produce una espiral de desesperanza, esa señal del evangelio se convierte en una especie de parábola elocuente para desvelar la mentira de esta sociedad injusta y revelar la verdad de Jesucristo.
Necesitamos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantamos. La normalidad de los gestos constituidos en señal convierte el relato del reparto de pan en un paradigma de lo inédito viable, y por tanto en un “milagro” a nuestro alcance, cuya verdad ha de proclamar la Iglesia como anuncio específico del Evangelio en su tarea misionera. Por tratarse de una señal es preciso buscar su profundo significado. El discurso del pan de vida que prosigue en el evangelio de Juan ayuda a comprenderlo. Con el pan entregado y repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda persona que vea la señal y crea en él. Comer este pan vivo implica recibir el don del Espíritu que permite vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en el dinamismo de la entrega de la vida como un pan que se parte y se reparte, especialmente entre los pobres y marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la señal que hemos de percibir en el signo de la fracción del pan y la obra que realmente Dios quiere que hagamos en la misión permanente de nuestra Iglesia.
Éste es Jesús y quien lo come tiene una vida eterna, es decir, una vida que trasciende la muerte. Jesús se presenta en el pan eucarístico como aquél que es capaz de saciar todo tipo de hambre y de sed, todos los anhelos de la vida humana. Por eso tener fe en él consiste en ir junto a él en el mismo dinamismo de entrega de la vida que él enseña a través de esta señal prodigiosa del reparto de pan entre la multitud. En la tarea misionera es urgente saber y poder mostrar a Jesucristo como pan de la vida, de una vida nueva y distinta. La vida que Jesús alimenta es la vida que da la plenitud a los seres humanos, una vida en la gratuidad, que entiende la vida como don inmerecido de parte de Dios, es decir, del totalmente Otro, que por amor nos ha creado y nos ha dado la vida. A esa gratuidad se corresponde con la generosidad de la donación a los demás. Se trata también de una vida que reconoce la presencia permanente de la paternidad de Dios, con la consiguiente experiencia del amor fuerte que protege y sustenta, y de la autoridad que infunde seguridad y fortaleza en sus hijos. Asimismo, es una vida impulsada por el Espíritu de perdón de Dios y que capacita para perdonar a los otros. Por tanto, la Eucaristía como celebración de Jesús, auténtico pan de nueva vida, alimenta en nosotros la nueva mentalidad de los hijos de Dios que tiene como nuevos valores de la existencia humana el reconocimiento y valoración de los otros.
Que esta forma de vida nueva en la justicia y en el compartir el pan es no sólo viable sino plenamente dichosa es algo que se puede experimentar de manera singular cuando se trabaja en la iglesia comprometida y misionera en cualquier parte del mundo por la predicación de este Evangelio y trabajando a favor de los pobres y de los últimos para que todo tipo de hambre, material y espiritual, sea saciada por Jesucristo, pan de vida.