Dios mira lo invisible

 “Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.  (Marcos 12:38-44).     

 

Los escribas fueron criticados por su pretensión de aparentar ser más religiosos que nadie mediante lo ostentoso de sus vestimentas, sus rezos, y por sus intenciones de obtener los primeros puestos en los diversos ámbitos de la vida pública.

Hoy aparecen en contraste con la actitud generosa de la viuda, que muestra su amor a Dios sobre todas las cosas, entregando todo lo que tenía para vivir.  La gran aportación de la fe cristiana al hombre contemporáneo es, quizás, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de «neurosis de posesión».

El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada hombre es, sino en lo que cada hombre tiene. Lo importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad… El que posee esto, sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda descalificado. Desde los primeros años, al niño se le «educa» más para tener que para ser. Lo que interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición, unos ingresos, un nombre, una seguridad. Así, casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad.

Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo hombre es atendida con objetos. La comunicación humana queda sustituida por la posesión de cosas. Los hombres se acostumbran a valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son capaces de llegar a poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso la ayuda amistosa, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad, solidaridad y preocupación por los derechos del otro. Por eso, cobra especial relieve en nuestros días la invitación del evangelio a valorar al hombre desde su capacidad de servicio y solidaridad.

La grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que uno posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito social que ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser más humanos, El hombre más poderoso, más sabio y más rico, queda descalificado como hombre si no es capaz de hacer algo gratis por los demás. Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y política, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.

Vivimos tiempos de apariencia y de fachada. Valoramos a las personas y a las cosas por lo abultado de sus carteras, por la moto último modelo, por la ropa de marca, por los grandilocuentes que son. Vale lo espectacular y grandioso. No podemos negar que nos gusta lo que sobresale y lo intentamos también nosotros. Todos tenemos algo de los fariseos del evangelio de hoy. Nos gusta lucirnos y pregonar en voz alto lo que hacemos para que se note y nos adulen. Nos gusta pavonearnos de nuestras buenas obras y queremos que nos lo tengan presente en la hora final. Pero he aquí que Jesús tiene otros planes y otras perspectivas, por eso nos ha puesto de ejemplo a una pobre viuda.  Jesús, muy observador, destaca la grandeza de esta mujer que ha dado de lo que le falta, no de lo que le sobra. Y lo ha hecho humildemente, para que nadie se entere, lo ha hecho desde el corazón.

Hoy esta viuda pasaría desapercibida en nuestra sociedad actual a la que le gusta exhibir las “obras de caridad” de tantos famosos que de paso se hacen publicidad y que apenas dan una mínima parte de lo que les sobra. Quién se iba a fijar en esta pobre mujer. Menos mal que lo hace Dios, que no se fija en las apariencias, sino en el corazón. Tanta gente solidaria que no sale en las noticias y que hace tanto bien a los demás. Recuerde siempre que los pequeños detalles tienen para Dios un valor extraordinario. Hoy el Señor nos pide mirar al corazón, no a la exterior. Valoremos a las personas por lo que son, no por lo que tienen o exhiben. Demos desde nuestra pobreza.

 

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