¡Viva Cristo Rey!

«Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo…”» (Juan 18,33b-37).

 

La Iglesia nos pone como final del Año Litúrgico la Fiesta de Cristo Rey. El próximo Domingo comenzamos el nuevo Año con el Adviento. Hoy Jesús se nos presenta como un rey extraño. Pues el Reino de Dios no es como los de este mundo. Es totalmente distinto. En este Reino de Dios la autoridad, el poder, la fuerza, se traducen en servicio, solidaridad, perdón y amor. No hay superiores ni inferiores, sino igualdad y fraternidad: todos hermanos. No hay ricos ni pobres, sino comunidad de bienes. No hay recomendaciones políticas. Jesús dedicó toda su vida a construir este tipo de reino en la tierra; para esto vino al mundo y por él empeñó su vida hasta la muerte. Esta fue también su última voluntad y nos invita a todos a hacer realidad ese Reino con el que Él soñó y por el que no dudó ni un momento en entregar su propia vida. Y este Reino quiere que sea una realidad aquí en la tierra, no en el más allá, no en la otra vida, sino en esta.
El Mensaje de Jesús, las Leyes de su Reino, intentan transformar las bases de la sociedad y montar una nueva, y sobre nuevos pilares. Frente al deseo de amontonar dinero, Jesús nos hablará de repartir, de compartirlo. Frente al deseo de poder y de mando, Jesús nos dirá que Él no ha venido a ser servido, sino a servir. La autoridad debe estar al servicio de los demás. Frente al deseo de ser famoso y tener un prestigio, Jesús nos hablará de igualdad, de que nadie es más que otro. Estos son los pilares de la nueva sociedad, del Reino de Dios. Hacer un mundo nuevo desde los cimentos. Un mundo basado en el amor universal; no en el poder, la fuerza, ni en el dinero, ni el prestigio.

Pero, ¿Quién le ha hecho caso? ¿Quién le ha seguido? ¿Dónde está ese Reino? Sin temor alguno la iglesia que formamos los cristianos de hoy, no es lo que Jesús buscaba para el mundo. Estamos muy lejos y muy desviados del camino que Él inició. Ese Reino de Dios está casi sin estrenar después de más de 2000 años. Digo casi, porque hay que reconocer que, gracias a Dios, hay personas que dentro y fuera de la iglesia, sí están haciendo realidad el Reino de Dios, porque están dedicadas en cuerpo y alma a hacer el bien, sin esperar recompensa alguna. Personas entregadas, sinceras y honradas, serviciales, sacrificadas. Personas que luchan por la justicia y por la paz; que no buscan su interés personal, sino el bien de todos los que les rodean. Eso es hacer el Reino de Dios; construir en la tierra el Reino. Hay que reconocer que no son muchas personas. Debiéramos ser todos los que nos tenemos por cristianos y nos decimos seguidores de Jesús. Entonces, sí, sólo entonces la Iglesia sería de verdad el Reino de Dios, la Iglesia que Jesús quiso formar. Después de tantos siglos ya es hora de que seamos cristianos tal y como Él nos pide.

Vamos a intentarlo. Cristo nos dice hoy, soy Rey y para esto he visto al mundo. Con frecuencia, frases como ésta en que Jesús afirma que su reino «no es de este mundo» han servido para reforzar una visión del cristianismo como una religión que no debe inmiscuirse absolutamente en las cosas de este mundo. En el fondo se piensa que cuanto más entregado vive uno al reino de Cristo, menos se debe comprometer en asuntos políticos, económicos o sociales. De hecho, es una de las típicas citas que se aportan cuando se desea descalificar o cuestionar intervenciones eclesiales de incómodas repercusiones en el orden socio-político. Y sin embargo, ni la salvación es algo que sucede sólo en el otro mundo, ni ser cristiano es sólo buscar para sí mismo y para los demás un estado de felicidad con Dios más allá de la muerte. Ciertamente, el reino de Cristo no pertenece al sistema injusto de este mundo. Jesús no pretende ocupar ningún trono de este mundo apoyándose en la fuerza de las armas. No disputa el poder a ningún rey adversario.

Su realeza tiene otro origen y fundamento completamente distintos. Su reinado no se impone con armas, poder o dinero. Es un reinado que crece desde el amor y la justicia de un Dios Padre de todos. Pero, Jesús es un rey que «ha venido a este mundo», pues este reino de amor y justicia debe crecer ya en medio de los hombres, sus instituciones, sus luchas y sus problemas. Por eso, Jesús toma siempre muy en serio la realidad de este mundo. No es del mundo, pero ni huye del mundo ni invita a nadie a huir de él. Viva Cristo Rey.

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