«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustias de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación…”» (Lucas 21, 25-28.34-36).
Adviento, es la actitud teologal que los cristianos debemos tener a lo largo de la vida. Adviento es el tiempo litúrgico para despertar la esperanza. Adviento es reavivar la actitud de apertura a un futuro mejor que Dios nos ofrece siempre.
Vivir en adviento es ponerse en actitud de éxodo, de superación, de querer alcanzar nuevas etapas en el camino hacia la meta; es tomar conciencia de que la persona, el cristiano, la familia, la comunidad, como el avión o la bicicleta, sólo se mantienen en pie avanzando; es concienciarse de que detenerse, en sentido psicológico y espiritual, es estrellarse; es tomar conciencia de que “esto no puede seguir así”. Vivir en adviento es emprender el éxodo hacia una tierra de promisión siempre mejor al estilo de Abraham. Es salir de uno mismo, romper la coraza del egoísmo que intenta aprisionarnos en nuestro propio ‘yo’. Es dejar de dar vueltas alrededor de uno mismo… La humanidad es más grande, y es a ella a quien debemos servir.
Partir es, ante todo, abrirse a los otros, ir a su encuentro; abrirse a otras ideas, incluso las que se oponen a las nuestras. Es vivir en sinodalidad. Es tener el aire de un buen caminante. Porque esto tiene que cambiar. Y cuando decimos “esto”, decimos todo lo que se refiere a nuestro entorno vital y social, por muy bien que vaya, por la sencilla razón de que tanto la vida personal como la vida social, si es vida, ha de ser evolutiva. ¿Lo tenemos en cuenta al hacer la “carrera” de la vida? En una tertulia en que intervenía Ortega y Gasset saltó el tema de lo que habían cambiado los contertulios en la última etapa de su vida.
Cada uno ponía de relieve los cambios más significativos. Uno de los contertulios comentó: “Yo llevo prácticamente treinta años sin cambiar nada. Le he cogido el tranquillo a la vida, y ahí sigo”. “¿Cuántos años has cumplido?”, le pregunta Ortega y Gasset. “Tengo 64”. “No, le replica, tú no tienes 64 años, tú tienes 64 veces el mismo año”. Para este hombre la vida era un velódromo en el que no hacía más que dar vueltas al mismo circuito, en lugar de ser una escalada. Dar vueltas siempre al mismo circuito es un pecado grave contra uno mismo, contra el impulso vital de crecer, contra la urgencia del Espíritu que nos apremia igualmente a crecer, contra la comunidad a la que nos debemos y, en definitiva, contra la historia de salvación de la que somos deudores.
Estancarse es pecar de haraganería, frustrar el proyecto de Dios y las esperanzas de los hombres; es enterrar los talentos para ahorrarse preocupaciones. En el pasaje evangélico Jesús habla de la desintegración apocalíptica del universo, pero no malinterpretemos; lo que Jesús quiere decir es que Él, primordialmente, viene a desintegrar el viejo mundo contaminado de maldad que hemos construido entre todos, para construir un mundo nuevo, una humanidad nueva, su Reino. Esto tiene que cambiar. Pero, ¿es que no tenemos nada bueno? No se trata de eso. Aunque abunden las realidades buenas y hagamos muchísimo bien, esto tiene que cambiar por la sencilla razón de que Dios quiere para nosotros una vida mejor, una familia mejor, un grupo y una comunidad mejores, una sociedad, un país y una Iglesia mejores. Esto tiene que cambiar porque falta mucho para que realicemos íntegramente el plan de Dios y porque lo exige la dinámica cristiana de constante superación.
Vivir y celebrar el Adviento es ponerse ante Dios y preguntarle: ¿Qué ofertas nuevas nos haces, Señor? ¿Qué proyectos nuevos presentas a cada uno, a nuestra familia, a nuestra comunidad, a nuestra sociedad? ¿Cómo podemos llevarlos a cabo? ¿Qué quieres, Señor, que hagamos? Nota: Hoy celebramos el día de Acción de Gracias en Timaná y bendecimos la Corona Familiar del Adviento.