Piero Emmanuel Silva Arce
Vivimos en una sociedad donde el estatus es lo que marca la meta de las vidas. El dinero, la posición social, los títulos académicos y el lugar geográfico donde se habite son algunas de las características que determinan qué tan exitoso es alguien. La competencia es tan ardua que produce violencia y muerte por doquier. Mientras las redes sociales alimentan este artificio, no nos percatamos que se reproduce un modelo donde algunas vidas son más dignas de vivir y otras no importan, son invisibles a la luz de los medios de comunicación masivos.
Los pobres que mueren por hambre en los países subdesarrollados, las guerras, la crisis climática y las migraciones son expuestas como efectos colaterales, fallos en el sistema que se pueden corregir, pero que no son causa de alarma para la comunidad internacional y la mayoría de los Estados. Los africanos que mueren todos los días en el mar Mediterráneo tratando de llegar a Europa son cuerpos menos dignos de vivir que el de un hombre rico occidental. Esta lógica va desde la escala global hasta la individual. Algunos ciudadanos suelen decir que lo más importante para ellos es su familia y, si acaso, sus amigos más cercanos; quienes están por fuera de sus círculos afectivos pierden la oportunidad de tener consideración. La idea de la priorización se da porque se cree, equivocadamente, que somos seres acabados y autosuficientes. Se pierde de vista la interconexión de la vida y con ello la conciencia de que, si queremos estar bien, los otros deben tener la misma importancia y posibilidad de habitar dignamente un lugar en el planeta. La lógica de la violencia se sustenta justamente sobre este raciocinio, es decir, los Estados legitiman sus masacres aduciendo que están defendiendo a sus ciudadanos de una amenaza mortífera, pero en realidad a ¿quiénes defienden?, a los que consideran que cuentan con la honra de vivir, a aquellos con los que se identifican. La identidad que se busca arduamente, esa que unifica, a la vez excluye y discrimina.
La violencia es un fenómeno complejo porque está atravesado por múltiples circunstancias. No obstante, comprenderlo a profundidad nos puede ayudar a leer mejor las realidades políticas locales, nacionales e internacionales. Además, afecta nuestros cuerpos no solo cuando ejercemos y se ejerce violencia física, sino cuando desconocemos la interdependencia de la vida e ignoramos que nuestra naturaleza vulnerable requiere de otros humanos y del resto de la naturaleza. Esta reflexión la construí gracias al libro de Judiht Butler llamado: La fuerza de la no violencia (2020). Recomendado.