¿Reconozco mi pecado?

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Juan 8,1-11).

Presentan a Jesús una mujer adúltera que, según la ley judía, tenía que morir apedreada. Aquella pobre mujer no tenía excusa, no tenía salvación, ya que la ley era dura y tajante. Los escribas y los fariseos, enemigos de Jesús, más que juzgar a la mujer adúltera a quien quieren juzgar es a Jesús. Le hacen una pregunta comprometida: “La ley judía manda apedrear a los adúlteros. ¿Tú qué dices?”. Le hacen esta pregunta para ver qué responde y según la respuesta que dé Jesús, poderlo juzgar y condenar. La mujer no les importaba; era sólo un pretexto, una disculpa para sus fines. Jesús se toma un tiempo para contestar.

Su respuesta, su veredicto, es esperado ansiosamente por la mujer adúltera. Una palabra de Jesús puede decidir su suerte, su vida. Los escribas y los fariseos también esperan ansiosamente la respuesta de Jesús. Les parece que de esta trampa ya no puede escapar. Para ellos el caso es claro. Por una parte, Jesús no podía condenar a aquella pobre mujer, tan injustamente condenada por la ley judía: la ley hecha por los hombres y para los hombres. Pero, por otra, Jesús no podía defender el adulterio. ¿Qué responde Jesús?: “El que esté limpio de culpa, el que no tenga ningún pecado, que arroje la primera piedra contra esta mujer”.

Esta respuesta de Jesús desarma a aquellos hombres, destruye sus planes y su acusación se vuelve contra ellos mismos. Y los acusadores, avergonzados, se marcharon. Quedaron solos Jesús y la mujer adúltera. Y Jesús pronuncia su segunda sentencia: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”. Para nosotros, cristianos, es muy importante conocer a Jesús, el Jesús del Evangelio, que tanto tiene que decirnos y enseñarnos y del que tanto tenemos que aprender. Pero el conocimiento de Jesús no puede ser un conocimiento científico, frío, memorístico. Podemos saber de memoria todo el Evangelio y conocer al dedillo la vida de Jesús y, sin embargo, no conocer a Jesús. El conocimiento de Jesús tiene que ser un conocimiento comprometido y vivido; un conocimiento de Jesús que nos lleve a identificarnos con Él, a seguir sus enseñanzas, a tener sus mismos sentimientos. Conocer a Jesús debe ser la principal tarea para un creyente.

En conclusión, estamos invitados a reconocer la actitud de respeto que Jesús tuvo hacia aquella mujer. Jesús tiene delante a una mujer pecadora, despreciada y condenada a muerte. Jesús no la avergüenza ni le reprocha su conducta. Ve en ella una persona débil, despreciada, humillada. Y sabemos muy bien la acogida, la comprensión y el trato que Jesús dio siempre a los pecadores.

También estamos invitados a reconocer la lección de Amor y Misericordia que Jesús tuvo con aquella mujer. Jesús no sólo respeta a aquella mujer, sino que la perdona. En Jesús está y se refleja todo el amor y la misericordia de Dios. En aquella mujer estamos representados todos nosotros, que somos pecadores. Y Jesús nos dice también a nosotros lo que dijo a aquella mujer: “Yo no te condeno. Te perdono. No peques más”. Otra lección o enseñanza que podemos sacar es la actitud de comprensión que tuvo Jesús: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno”.

Cuando todos somos tan dados a condenar lo que hacen los demás; a descalificar al prójimo; a reprochar los defectos ajenos, recordemos las palabras de Jesús: “El que esté limpio de pecado, que tire la primera piedra”. Que estas actitudes que Jesús tuvo con aquella mujer adúltera de respeto, de misericordia y de comprensión, las tengamos también nosotros con el prójimo. Nota: el próximo Domingo iniciamos la Semana Santa, le invito a participar en todas las celebraciones.

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