«Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: – Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.» (Juan 13,31-33ª.34-35).
¡Tantas y tantas llamadas! Sólo pensamos en lo de aquí, en lo que tenemos delante, en lo que brilla: ganar dinero…, hacernos famosos…, conseguir el poder…, divertirnos a fondo…, salirme con la mía… Y cuando más entretenidos estamos en nuestro afán desmedido se cierra la puerta de la vida y nos encontramos con la verdadera realidad.
Tal vez tengamos en este mundo mucho dinero, tal vez tengamos fama o poder, tal vez hayamos disfrutado mucho; pero nos hemos olvidado de lo más precioso, que es el amarnos de verdad. Y, en resumidas cuentas, para la eternidad no llevamos nada. Sólo llevaremos lo que seamos como personas. Para que nos amemos de verdad Cristo se nos presenta como modelo a imitar diciéndonos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os améis unos a otros». Estas palabras nos las dirigió Jesús poco antes de morir para que nos quedaran muy bien grabadas en la memoria, ya que las palabras que más recordamos de nuestros seres queridos son las que nos dirigen poco antes de morir. Todos podemos amar, los niños y los grandes, los pobres y los ricos, los sanos y los enfermos. Fijaos bien: a un hombre pueden privarle de todo menos de una cosa, de su capacidad de amar.
Un hombre puede sufrir un accidente y no poder volver ya nunca a andar, pero no hay accidente alguno que nos impida amar. Un enfermo mantiene entera su capacidad de amar: puede amar el paralítico, el moribundo, el condenado a muerte. Amar es una capacidad inseparable del alma humana, algo que conserva siempre incluso el más miserable de los hombres.
La señal por la que la gente conocerá que somos buenos cristianos no es el que estemos bautizados ni el que vengamos mucho a la iglesia, sino en que nos amemos unos a otros como Cristo nos amó. Esforcémonos, pues, en imitar a Cristo y vendrá para nosotros un mundo en donde no habrá más lágrimas en nuestros ojos, ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, y en donde participaremos de la gloria de Dios para siempre. El Evangelio nos presenta “el amor a los demás” como lo más importante del Mensaje de Jesús; como la principal característica por la que debemos distinguirnos los cristianos. – El Evangelio nos presenta “el amor al prójimo” como la “línea” que separa a quienes están con Jesús de quienes se encuentran lejos de Él. – Las palabras de Jesús son tajantes: “Si os amáis, seréis mis discípulos”.
Por consiguiente, podemos afirmar lo contrario: “El que no ama no es discípulo de Jesús”. – En otros muchos pasajes de la Biblia, se nos plantea lo mismo a los cristianos: “Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. “Lo que hagáis a uno de vuestros semejantes, a mí me lo hacéis”. “Quien no ama, no ha conocido a Dios” “¿Cómo puede amar a Dios quien no ama a su hermano?” ¿Y cómo es el amor que Cristo nos propone? ¿Qué características debe tener el amor cristiano? Universal: No se trata de amar solamente a los nuestros (familia, amigos, cultura, religión, clase social, nación…). Nuestro amor cristiano tiene que ser universal, es decir: además de amar a los nuestros, tenemos que amar también a los que tienen otra cultura; a los que pertenecen a otras religiones; a los que son de otra raza o nación. Gratuito: Vivimos en una sociedad utilitarista, cuya pregunta siempre es: ¿Para qué sirve?
Y en la medida en que una cosa nos sirve la valoramos y la amamos. Frente a ese amor comercial con que nos movemos en la vida, Jesús nos habla de un amor “gratuito”; a fondo perdido; sin esperar nada; desinteresado, como fue el amor de Jesús. Eficaz: No quedarnos solamente en palabras, deseos o buenas intenciones. Con eso no se soluciona nada. Nuestro amor ha de ser “eficaz”: que solucione los problemas, que ayude a las personas.