Entre las nuevas generaciones de mujeres quiero destacar a quienes no aceptan ser pasivos objetos del deseo masculino, que exigen ser personas activas de su propio placer o de placeres compartidos Entre las nuevas generaciones de mujeres quiero destacar a quienes no aceptan ser pasivos objetos del deseo masculino, que exigen ser personas activas de su propio placer o de placeres compartidos, no siempre heterosexuales. A las que lideran, desde lo íntimo, una revolución trascendente que desestabiliza estereotipos machistas de dominación y egoísmo sexista. A esas que no llegan a la cama como dóciles doncellas en espera de las instrucciones de encumbrados príncipes, sino que poseen iniciativas y demandas eróticas propias que muchas veces desequilibran a sus mal acostumbrados acompañantes. Para ellas, atrás queda la unilateral complacencia a un hombre que ignora los particulares gustos del placer femenino. Reemplazan estas viejas prácticas por una invitación al disfrute sensual con deseos mutuos y reclamos específicos. Se trata de una mentalidad nueva que desborda los esquemas clásicos de la dedicación exclusiva al noviazgo y el matrimonio, pues la autonomía para el ejercicio del placer no se encuentra únicamente en estas fórmulas sociales. Son mujeres que diferencian el amor de pareja del placer y, por eso, sin descartar una compañía estable e hijos, no se limitan a un hombre. Para participar de esta revolución es decisivo el nivel escolar de las mujeres, por tanto no es extraño que la mayoría de ellas posea educación superior. Una cosa es sentir el placer y el derecho a sus beneficios y, otra, empoderarse con las nuevas teorías feministas para emanciparse y enfrentar los prejuicios y moralismos, que obstaculizan la realización de la mujer como sujeto erótico de derechos sexuales. Por supuesto que los hombres tradicionales no ven con buenos ojos esta transformación de la sexualidad femenina y la atacan con adjetivos injuriosos, porque sienten sus atávicos dominios y privilegios amenazados. La trascendencia de la revolución orgásmica consiste en que, al contrario de lo que se cree, existen potentes nexos de retroalimentación entre vida pública y vida privada. Entre las maneras de relacionarnos en el mundo laboral y en el de la alcoba, al fin y al cabo ciudadanos y amantes somos las mismas personas. Por eso los valores más preciados de la sociedad democrática, como la igualdad, la libertad, la justicia y la dignidad no se pueden exigir sólo para la vida social. Son indispensables y complementarios de la vida íntima. Saludo a las mujeres que protagonizan esta emergente e imparable revolución orgásmica, a quienes nos enseñan que sin democratizar las relaciones íntimas no habrá plena democracia social. A las que nos reeducan al inventar nuevas formas de convivencia amorosa y ciudadana, sin renunciar a recuperar la integralidad del saber, el trabajo y el placer. *Usco-Crecer.