«Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lucas 1, 1-13).
El tema litúrgico de este domingo es la Oración. La necesidad de la oración y la eficacia de la oración. Una de las tragedias graves de la humanidad actual, de los que vivimos en esta sociedad del ruido, de la rapidez, es que nos hemos olvidado de orar. Me explico. Hemos perdido la capacidad de reflexionar en el silencio de nuestro interior, y hemos perdido la capacidad de dirigirnos a Dios.
Somos incapaces de encontrarnos con nosotros mismos con sencillez, porque hay mucho ruido dentro de nosotros. Y somos incapaces, también de dirigirnos a Dios con sinceridad, porque somos demasiado orgullosos. Nuestra sociedad que tiene como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento, la utilidad inmediata, no deja un espacio para la oración y la reflexión. Frente a este tema he escuchado con frecuencia: “eso no sirve para nada, no es útil”. Y, sin embargo, necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el duro ritmo del quehacer diario. Necesitamos orar, encontrarnos a nosotros mismos para vivir con serenidad y claridad en la sociedad que nos rodea, para estar atentos y vigilantes, para vivir como personas humanas en esta sociedad superficial y deshumanizadora, para vencer las prisas y el aburrimiento de la vida.
En una palabra, necesitamos reflexionar en nuestro interior para darle un sentido a la vida. Necesitamos orar para encontrarnos con nuestra propia realidad, para no desalentarnos en el esfuerzo y la tarea de cada día. Necesitamos orar para salir de nuestra soledad y de nuestro aburrimiento. Necesitamos orar para suplicar a Dios, para sentirnos más humanos, hijos de un mismo Padre, al que llamamos Dios y está siempre atento y acoge nuestras peticiones. La oración de petición es la oración de los pobres, de los que tienen hambre de pan y de justicia, de los que lloran y sufren: en una palabra, de todos aquellos a los que Jesús llamó bienaventurados y a los que prometió el Reino de los Cielos. Es la oración de los que quieren vivir, vivir como personas. Pero orar no es evadirse de los problemas de la vida. Orar es reflexionar y suplicar, pero orar es sobre todo entrar en la dimensión amorosa del dialogo con Aquel que lo puede todo, el Señor Dios nuestro.
Orar es trabajar para que el mundo sea más justo, más humano y viva en paz. Dios nos dijo: “Pedid y recibiréis”, pero pedir a Dios lo que tenemos que hacer nosotros, eso no es oración, eso es evasión, cobardía y vagancia. Este es el sentido de la oración cristiana, y este debe ser el sentido de nuestra oración. Debemos reflexionar en el silencio de nuestro interior y suplicar ayuda a Dios para ser fieles a nuestro compromiso de trabajar en la tarea de cada día, este es el compromiso de aquel que se llama cristiano, de aquel que ha sido bautizado: orar y trabajar. Nota: Hoy celebramos la Segunda Jornada Mundial de los Ancianos y de los Abuelos, gracias a Ellos por su testimonio.