«Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios» (Lucas 12, 13-21).
El Evangelio de hoy presenta el calificativo ¡necio!, a cierta clase de personas, una clase que es mayoría en nuestra época y entre la que, es muy probable, nos encontramos también nosotros. Hoy, tener dinero es lo primero en nuestra jerarquía de valores y a conseguirlo se encaminan los mejores esfuerzos.
Por otra parte, los que manejan los hilos de este mundo nuestro (llamado no en vano sociedad de consumo) están especializados en despertar este afán casi incontenible de ganar dinero para alcanzar el poder. Por él y ante el ceden todos los demás sentimientos, aquéllos por los que la vida merece vivirse: el amor, la fidelidad, la familia, la amistad, la generosidad, la abnegación, el desprendimiento, todos quedan pulverizados ante el empuje insostenible del dinero. Y los héroes de nuestro mundo no viven, ni sosiegan sino para alcanzar ese patrón oro que esclaviza como ningún patrón del mundo lo haya hecho jamás. Todo esto lo sabía Jesús. Y por ello no pudo ser más expresivo en el calificativo que tal actitud le merecía ni más práctico en el tratamiento del tema.
Cuando se lee pausadamente el Evangelio de hoy no se puede menos de sonreír ante el triste espectáculo de un hombre (quizá nosotros mismos) esforzándose desesperadamente por atesorar, por ver qué banco da un punto más de interés en el plazo fijo, qué mercados más productivos, qué oposiciones mejor pagadas, etc., para que de repente ¡zas! “esta noche te van a exigir la vida”. y ahí queda el plazo fijo y los primeros puestos del escalafón y los mercados tan trabajosamente conquistados. Y ahí quedan también, la miopía de nuestra vida, los días sosegados que no se han vivido y los sentimientos generosos que no se han despertado y las gratas tertulias que no se han tenido porque no había tiempo para nada y el prójimo al que no hemos descubierto porque viajábamos constantemente Y ahí queda el tiempo que no hemos empleado en el diálogo interior y en la vida familiar, y en la oración, silenciosa y quieta…Ahí queda, sin descubrirlo, tanto tesoro del bueno, del que nos hace de verdad ricos en la vida y en la muerte.
En una palabra, viendo la escena evangélica se comprende el calificativo de ¡NECIO!, necio el hombre que vive así, aunque haya acumulado riquezas, sea cliente habitual de los mejores lugares de la tierra, haga esquí acuático y ocupe el número uno en la “jet set” internacional. !NECIO¡ Es un calificativo tan exacto que me da pena no repetirlo una y otra vez; y que deberíamos repetirlo cuando se nos presente, en la vida diaria, el problema que señala tan acertadamente el evangelio. Y no es que pretenda decir que el hombre deba dedicarse solamente al ocio, pero sí creo que debiéramos detenernos en ese camino peligrosísimo por el que nos estamos deslizando; hacer un alto, usar la cabeza y, si somos cristianos, “mirar hacia lo alto” y dar un buen golpe de timón que nos haga recuperar el rumbo y aspirar a una vida más humana y cristiana.