Invitados al cambio de color, un día moriré

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: – «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: – «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.» (Lucas 12, 32-48).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Hoy el Señor nos llama a la vigilancia, tema que al hombre de hoy no le agrada. Es más, muchas veces montamos la vida de espaldas a esta realidad. Sólo cuando la muerte nos toca en la persona de un familiar o de un ser cercano, se produce en nosotros un choque que desmonta nuestros esquemas y nos hace sentir la fragilidad y debilidad del ser humano. También cuando la enfermedad nos visita, nos hace sentir la fragilidad. Entre la obsesión constante por la muerte y la despreocupación más completa está el camino intermedio que es al que pretende conduciros el evangelio. Un día me moriré. Pensar en esto me ha de llevar a plantearme cómo estoy viviendo. ¿Cómo haría el proyecto de mi vida? ¿Cuántas de las luchas, de nuestras aspiraciones, de nuestros deseos parecen vanos en ese momento de morir? ¿Cuántas de nuestras divisiones, de nuestros odios, rencores y razones parecen absurdos e infantiles en este momento? Se trata pues de cambiar de valores o de dar la vuelta al prisma. Esa vuelta prismática se produce cuando nos llega un gran dolor o cuando se descubre un gran amor… Los valores se invierten… Una muchacha, contaba en una revista, cómo había dado ella la vuelta; su padre estaba muy enfermo y todo cambió de color: “¡Cuántas cosas –decía- por las que antes luchaba y me angustiaba se me han vuelto fútiles e innecesarias! ¡Qué tontas me parecen algunas ilusiones sin las que me parecía que vivir sería imposible! ¡Cómo se vuelve todo de repente secundario y ya sólo cuenta la lucha por la vida y la felicidad de los seres que amas!”. Es cierto: la gran enfermedad de los hombres es esa miopía cotidiana que nos empuja a equivocarnos de valores.

A Dios, dueño de todo, le suplico ver las cosas como él las ve, desde la distancia de quien entiende todo, de quien conoce el porvenir y la auténtica dimensión de las cosas. Si tuviera ese don, ¡qué distinta sería mi vida! ¡Cuánto más amaría y cuánto menos lugar habría dado a las apariencias! ¡Qué poco me habrían importado los éxitos y cuánto más las amistades! Decía esta chica: “Ahora “gano” mis tardes haciendo crucigramas con mi padre. Soy feliz viéndole sonreír. A su lado no tengo prisas. Cada minuto de compañía se me vuelve sagrado. Y cuando a la noche regreso a mi casa “sin haber hecho nada” (sin haber hecho nada más que amar) me siento llena y feliz, mucho más que si hubiera ganado un pleito, construido una casa o acumulado un montón de dinero. Charlo con él. Conversamos de nada. Vivimos. Estamos juntos. Le quiero, le veo feliz de tenerme a su lado. No hay premio mayor en este mundo. Sé que un día me arrepentiré de millones de cosas de mi vida. Pero nunca me arrepentiré de estas horas “perdidas haciendo crucigramas a su lado”. Esta chica tiene razón. Ha vuelto sus cambios prismáticos y de repente el cristal de aumento de su corazón le ha hecho descubrir lo que la mayoría de los seres humanos no llegan ni siquiera a vislumbrar. Y todo lo demás se ha vuelto pequeñito y lejano: secundario.

La vida de los hombres, la sonrisa de las personas, la alegría de un niño o un anciano, son mucho más importantes a los ojos de Dios… que todas las acciones del mundo…. Se trata por tanto de que a la luz del Evangelio trastoquemos nuestra escala de valores y vayamos conformándola un poco más de acuerdo con él.

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