¿Religión burguesa o cristianismo de seguimiento?

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» (Lucas 12,49-53).

Padre Elcías Trujillo Núñez

El fuego al que se refiere Jesús no es el ardor que a veces sentimos en el corazón cuando decimos que amamos a alguien; no es el fuego del entusiasmo. El fuego mesiánico de Cristo no es otro que el mismo Reino de Dios que conlleva en sí un elemento destructor, no de la obra del hombre, sino del pecado. No puede surgir una nueva estructura de vida si, previa o simultáneamente, no se destruye la estructura que oprime al hombre por dentro y por fuera. Hay que echar el vino nuevo en odres nuevos, lo cual supone desechar los viejos, y esto implica provocar un conflicto con los antiguos. Cuando las Comunidades Cristianas no viven la novedad del Evangelio, sino que se han convertido en un agregado más de la sociedad, con quien conviven pacíficamente, en buen entendimiento, sin oponerse a las estructuras que crean en la sociedad un estado de injusticia, de hambre, de violación de los derechos humanos, de violencia sobre los débiles, de cercamiento a las libertades, de adoración a los líderes, no tienen problemas. Estamos frente a un desafío grave: decidirnos entre una ‘religión burguesa’ o un ‘cristianismo de seguimiento. Optar por este último es apuntarse al conflicto doloroso. Porque seguir a Jesús no significa huir hacia un pasado ya muerto, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Esto entraña inexorablemente complicaciones en la vida.

El seguimiento de Jesús implica casi siempre caminar “contra corriente” en actitud de rebeldía y ruptura frente a costumbres, modas, corrientes de opinión, que no concuerdan con el espíritu del evangelio. Y eso exige no solamente resistirse a dejarse domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino saber contradecir a los propios amigos y familiares cuando nos invitan a seguir caminos contrarios al evangelio. Seguir a Jesús implica también estar dispuesto a la conflictividad y a la cruz, a compartir su suerte, aceptar libremente el riesgo de una vida crucificada como la suya sabiendo que nos espera la resurrección. Cristo nos pidió que fuéramos sal de la tierra, no azúcar, y menos sacarina. El día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos”. El mismo Jesús fue, como dice el anciano Simeón, “signo de contradicción” por ser fiel al Padre, a los hermanos, a la propia conciencia, a su misión.

Él practicó y predicó con palabras y gestos la fraternidad, la igualdad, la dignidad humana, la religiosidad verdadera. Los aprovechados, los amos de la situación, no le perdonaron que pusiera en peligro sus privilegios y su prestigio. Por eso, inmediatamente estalla una guerra implacable y la división entre los partidarios y los enemigos del profeta revolucionario de Nazaret. Ya sabemos cómo terminó el conflicto, remachándole en la cruz como a un vulgar delincuente. No se puede ser discípulo de Jesús impunemente. Ya lo preanunció él: “Os perseguirán” “El mundo os odiará porque no sois del mundo” (Juan 17,14), advierte Jesús. En un entorno en el que domina la mentira y la hipocresía, proceder con la sinceridad que recomienda Cristo provoca conflictos. Un esposo cristiano-practicante reprochaba a su mujer muy sensibilizada y generosa con la causa de los pobres: “¿Quieres solucionar tú sola el problema de la pobreza, o qué?”. Ella le replicó: “¿Cuánto gastas tú en los bares y en tabaco? Eso mismo tengo derecho yo a gastar. Pero prefiero gastarlo dándoselo a los pobres. ¿Es que no tengo derecho?”. Le dejó sin palabra para siempre. Seguir a Jesús negándonos al tráfico de influencias, a los enchufes, es crearse problemas con los familiares y amigos. Por experiencia sabemos que en un ambiente de adulación e hipocresía no se pueden llamar impunemente las cosas por su nombre sin sufrir las represalias.

Nadie puede negarse impunemente a la especulación, a los juegos sucios de su ambiente, de su empresa. Hay que obedecer a Dios antes que, al miedo, antes que a los criterios mundanos.

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