Creo en la otra vida

«En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: – «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. “Jesús les contestó: – «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» (Lucas 20,27-38)

Padre Elcías Trujillo Núñez

Estamos llegando al final del año litúrgico, nos queda para terminarlo el domingo XXXIII y el domingo de Cristo Rey del Universo. Al llegar al final de este año, en el mes de los difuntos, las lecturas nos hablan de realidades últimas: de la resurrección de los muertos.

La Palabra del Señor en el antiguo testamento, nos presenta el testimonio martirial de los hermanos Macabeos: “Dios mismo nos resucitará para una vida eterna” decían para afrontar la muerte, por no saltarse la ley de los judíos de no comer carne de cerdo. Y el evangelio nos presenta la pregunta capciosa de los saduceos para reírse de la resurrección y de Jesús mismo, ante la que Jesús da testimonio de que Dios es un Dios de vivos y no de muertos.

Resulta que los saduceos vivían muy bien y no necesitaban creer en otra vida porque ésta les parecía suficientemente satisfactoria. Además, practicaban la “ley del levirato”, por la que, cuando moría un hermano sin dejar descendencia, el hermano siguiente debía casarse con la mujer del hermano fallecido para que tuviese algún hijo. Por esto es la pregunta un tanto irrisoria. Si la mujer ha estado casada con los siete ¿de cuál de ellos será mujer en la otra vida? Jesús responde que, en la otra vida, realidades como las del matrimonio no se contemplan, pero que si existe otra vida.  Esta es la verdad que nos transmite la Palabra del Señor: que existe otra vida que es eterna, que existe la resurrección de los muertos. ¿Creemos nosotros en la vida eterna, en la resurrección de los muertos?

Esperamos que la vida divina comunicada en el bautismo llegue a su plenitud. Cuando se nos bautizó se nos revistió de la persona de Cristo, o, mejor, se nos injertó en la persona de Cristo, de tal manera que, como el sarmiento de la vid, recibimos la “sabia” de Cristo, su vida divina. Esta vida divina está en nuestro interior y poco a poco se va haciendo más consciente en nuestras palabras y acciones. Esta vida divina, la vida de Dios, llega a su plenitud en el cielo, en la otra vida.

La otra vida es una continuación de esta vida, es una vida personal. Lo que podemos decir los creyentes y lo afirmamos con mucha fe y esperanza, es que creemos que nuestra vida no termina en este mundo, sino que más allá de la muerte, viviremos una nueva vida, una vida llena del amor infinito de Dios.

No sabemos cómo será, pero sabemos que las ilusiones, las alegrías, los esfuerzos, el amor que hayamos vivido en este mundo, continuarán y serán aun infinitamente más intensos, porque todo estará lleno de Dios. Sabemos que cada uno de nosotros estará en la vida de Dios, con nuestra propia personalidad, con la experiencia acumulada, con los lazos que hemos tejido en este mundo, con todo lo bueno que llevamos en nuestro interior.  Es importante consolidar nuestra fe y nuestra confianza en esta vida plena que estamos seguros que Dios nos dará. Porque Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre, y nos quiere así con él.

Jesús dice en el evangelio de este domingo: “El Señor es Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Y podría haber dicho: “El Señor es el Dios de Juan, de María, de Laura, de Guadalupe, de Miguel, de Carlos, de Rosario… de cada hombre y cada mujer que ahora viven en este mundo. Es el Dios de cada uno de ellos y continuará siéndolo cuando mueran. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”.

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