«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.» (Juan. 20, 1-9).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Hoy es el gran día de la fe cristiana: ¡Cristo ha resucitado, Aleluya! La muerte ha sido vencida, hay esperanza para la humanidad. La última barrera ha sido superada. No estamos abocados a una vida y a una muerte sin sentido. Porque la resurrección de Cristo es algo más que el hecho central de la religión cristiana. Se abre un horizonte inusitado para la humanidad. Una luz ilumina la noche del mundo, ya no caminamos en tinieblas a tientas, estamos llamados a vivir y a vivir para siempre.
Nuestra vocación humana y cristiana vivir como resucitados, testigos alegres de esta impresionante noticia que ha revolucionado nuestra historia. Desde ahora, amar, luchar, esforzarse por construir un mundo mejor vale la pena. Estamos invitados a la fiesta del infinito, de la utopía. Tenemos alas para volar alto y lejos. Cristo ha abierto el sepulcro de nuestros miedos y ha sacudido los cimientos de nuestra cómoda resignación. La muerte, cualquier tipo de muerte, no tiene poder sobre nosotros ni aniquila nuestros deseos de ser mejores. Hace falta mucha resurrección en el mundo, en nuestra Iglesia, en Colombia, en nuestra Diócesis, en nuestra Parroquias, en nuestras Familias, en nuestros lugares de trabajo, en nuestro corazón. Muchos cristianos en sus grupos de apostolado, en las agremiaciones económicas, sociales y políticas, siguen estancados en la última estación del vía crucis, se han olvidado de la vía lucis, el camino de la luz y de la esperanza.
La fe cristiana no es fe de muertos, ni lleva a la cruz, lleva a la Vida y debe transmitir, contagiar vida y motivos de esperanza para la humanidad. Cristo sale desde ahora a nuestro encuentro en todas las encrucijadas de la vida. Su presencia resucitada es fuente de ánimo para nuestra fe titubeante y racionalista. ¡Hay tanta resurrección en nuestro mundo! Sólo hay que saber mirar, quitarse las escamas de nuestros prejuicios y abrir el corazón a la luz y a al amor que irradian las heridas del Resucitado, presente en cada signo de belleza, de compartir, de bondad, de alegría, de lucha, de solidaridad. Que este domingo de Pascua, nos invite a descubrir la presencia de Dios en el corazón de los seres humanos, en la mano tendida, en el corazón generoso, en la sonrisa de un niño, en la bondad de una anciana, en la alegría del que sirve en un ministerio en la parroquia. Más que nunca el mundo y la Iglesia necesitan el testimonio de una fe y de un amor convencido, de una alegría y de una felicidad que brotan de aquella mañana luminosa de Domingo de Resurrección. Canta y alaba en este hermoso día, el más hermoso de los días. ¡Aleluya! ¡Feliz Resurrección! ¡Feliz Vida, Feliz Esperanza!