La vida de nuestro eximio poeta y escritor José Eustasio Rivera, es similar a la de los principales personajes de las tragedias griegas de Esquilo, Sófocles y Eurípides, atacados por las insondables fuerzas del destino y de los dioses. Rivera fue siempre un hombre perseguido. A sus 20 años de edad, cuando terminaba sus estudios de normalista en Bogotá, se vinculó a las manifestaciones estudiantiles contra la dictadura de Rafael Reyes, siendo capturado en una de ellas, el 11 de marzo de 1909 y permaneciendo prisionero durante dos días, hasta el l3 de marzo, cuando alcanzó su libertad con motivo de la dimisión del dictador.
También sufrió la persecución de la pobreza. Las limitaciones económicas de su familia lo obligaron a tener que trabajar para costearse sus estudios, razón por la cual sólo pudo concluir su carrera de abogado en el año 1917, cuando tenía 29 años. Su espíritu rebelde y justiciero lo llevó a múltiples enfrentamientos contra las injusticias. Así sucedió cuando estuvo en la selva amazónica, en su condición de miembro de la comisión que debía establecer los límites entre Colombia y Venezuela. Al conocer las terribles condiciones de salvaje esclavitud en que la Casa Arana, empresa peruana, sometía a sus trabajadores, fueran estos blancos, mestizos o indios, se marginó de la comisión y viajó a Manaos en el Brasil para poner una querella contra la empresa en el consulado colombiano de esta ciudad. Ni este, ni el resto de sus reclamos por este asunto, jamás fueron atendidos por el gobierno. Ni siquiera cuando fue elegido Representante a la Cámara por el Partido Conservador. Allí promovió los conocidos debates sobre el asunto, pero los conservadores, antes que actuar en defensa de la soberanía nacional, contra una empresa extranjera que de manera tan antihumana trataba a sus trabajadores siringueros, terminaron pidiéndole la renuncia a su curul, para los cual utilizaron al obispo de Garzón Esteban Rojas, quien de manera perentoria exigió su salida del Congreso. Con razón el poeta dijo que había sido destituido por un “baculazo”.
Su viaje a Nueva York en 1928 lo condujo al final de sus desventuras. Dio una importante entrevista al periodista que le estaba traduciendo La Vorágine al inglés, que inexplicablemente no fue publicada en su momento. Se enfermó de un extraño mal, cuando sólo tenía 40 años, que al final lo mató sin que los galenos y la gran ciencia médica de la metrópoli, supieran en definitiva de que se trató. Su novela de denuncia contra la industria petrolera, “La Mancha Negra”, desapareció misteriosamente de su apartamento neoyorkino. Por último, los homenajes que no tuvo en vida, se los tributó el pueblo colombiano en los lugares por donde pasó el cadáver antes de llegar a Bogotá y su obra poética y narrativa publicada, crece en prestigio con el paso del tiempo “como crecen las sombras cuando el sol declina”.