El espíritu de la Sagrada Familia

“Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la población, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: – «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» (Lucas 2,22-40).

Padre Elcías Trujillo Núñez

El espíritu de la Sagrada Familia es ante todo un espíritu de amor, de fe y de sacrificio. Somos invitados revivir en nuestra familia, en primer lugar, el misterio de la Sagrada Familia: el amor redentor de Cristo.

En Cristo, toda la familia-padres e hijos-son responsables de su propia salvación, esta es su principal misión, de la que algún día se les pedirá cuenta. Según la imagen de María y José, el amor de los padres entre sí y a los hijos debe ser, en segundo lugar, un amor desinteresado y respetuoso. Educar significa servir desinteresada y respetuosamente a la originalidad y particularidad de los hijos.

Significa despertar y hacer desarrollar los dones que Dios ha depositado en cada uno de ellos. Sin duda, esto exige mucho tiempo, mucha energía, mucha paciencia de los padres, porque es su tarea más creadora, más difícil, pero también la más fecunda y hermosa. Los padres deben ver y reconocer a Jesús en sus hijos, tal como en la Familia de Nazaret. Yo educo y amo en mi hijo a Jesucristo mismo: “El que recibe a un niño como éste, a mí recibe”. Según el ejemplo de Jesús, el amor de los hijos a los padres debe ser obediente y respetuoso. Él mismo, hijo de Dios, quedó sumiso a sus padres hasta la edad de treinta años. Recordemos aquel texto del Evangelio, cuando tenía doce años: “Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad” (Lucas 2,51). Un espíritu de fe, el espíritu de amor se fundamenta en un profundo espíritu de fe y confianza. En la Santa Familia de Nazaret, como en la nuestra, fue necesario tener confianza mutua, demostrar la fe todos los días.

José tuvo que tener una fe grande en María; tuvo que creer en Ella de una manera extraordinaria, tuvo que amarla mucho para llegar a creer tanto en Ella. Y María tuvo que creer en José; tuvo que confiar en su amor puro, en su respeto. José y María tuvieron que tener fe en su Hijo. Aunque no parecía más que un niño como todos los demás, creyeron siempre en el misterio que vivía en Él. No siempre comprendieron todo lo que Él hacía, todo lo que les decía, pero ellos confiaban en Él, recogían sus palabras y las meditaban. Y Jesús demostraba la confianza que tenía en sus padres: les estuvo sumiso durante muchos años.

Todo en un espíritu de sacrificio y amor autentico. Para la Sagrada Familia los sacrificios y sufrimientos comenzaron muy pronto: El nacimiento en la soledad, en la miseria. Nunca se encontraron más pobres, ni se sintieron más fatigados ni más solos que cuando nació el Señor.

Después, la matanza de los inocentes: como primer resultado del nacimiento del Salvador, las familias del país en duelo, los niños menores de dos años asesinados. Y la huida de la Familia, en plena noche, a Egipto; la estadía allá como fugitivos desconocidos. Y así ocurrió durante toda su vida, hasta el día oscuro del Calvario. Los sacrificios son propios de la vida familiar. Todos lo sabemos y lo experimentamos siempre de nuevo. Por eso es necesario un espíritu profundo de sacrificio para cada familia que está en camino hacia el ideal de la Santa Familia de Nazaret. Oremos hoy por nuestras familias y agradecidos en ellas vivamos su amor.

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