Fácil imaginar a Carlos Marx, acariciando su densa barba, con el cuerpo descansando en un sillón burgués, con los codos sobre un escritorio de madera tallada, lleno de papeles y libros. Elucubraba sobre Hegel, el idealista, el portento que deslumbraba desde el siglo anterior el mundo académico de Europa. Solo Feuerbach se atrevió, no a refutarlo, sino a rescatar la vigencia de la naturaleza, de la materia. Pero ¡No era suficiente! Pensaría el hombre que ya había cavilado un manifiesto contra el capitalismo. Como las ideologías y partidos son como los dioses y demonios, cuyos nombres y símbolos hacen parte de ellos, había que bautizar la ideología que fluía de esa confrontación con el maestro idealista. La preocupación consistía en rescatar la materia y unirla con el pensamiento, la idea y el hombre mismo y darle vida; por lo tanto, se trataba, ni más ni menos, de un materialismo subjetivo, como lo expresó el estudioso filósofo, desde hace más de ciento sesenta años. Desde luego, el concepto de “sujeto”, era una abstracción liberal, burguesa y cursi, que podía restar vigor a la nueva tesis de la praxis revolucionaria. Era mejor el hábito del materialismo histórico para cubrir su raíz filosófica. Así fue como la materia fue rescatada; no refutando a Hegel, sino enderezando su idea absoluta, atándola a la acción, a la historia, a los hechos y procesos. El hombre abstracto de Feuerbach, fue sustituido por el hombre real de Marx. De inmediato, los vulgarizadores de Hegel desaparecían, y surgían los de Marx, los del materialismo. Más de siglo y medio ha transcurrido, y el proletariado no derrotó la burguesía, ni el Estado superó las contradicciones de clase. Se puede pensar en el otro Marx, el del materialismo subjetivo; si éste hubiera logrado mejorar el mundo. El hecho es que apareció un estrellato de grandes vulgarizadores: Stalin, Pol Nol, los salvajes estados populares de África, los pedantes y llenos predicadores de academia, los practicantes de minas que descuartizan muchachos cerca a las escuelas rurales de Colombia. Personajes indiferentes a la raíz filosófica del marxismo, con autorización para la depredación, la manera más simple de entender la moral de clase. La historia relata que el marxismo no ha resuelto contradicción alguna; que se llenó de conceptos tanto o más abstractos, imprecisos y lábiles que la idea absoluta de Hegel y el hombre romántico de Feuerbach; que no se pudo librar de las elaboraciones idealistas, porque en últimas el hombre de carne y hueso también es de imágenes. No entendió que el colectivismo, otra abstracción, no desaparece al sujeto.