Los huilenses y los colombianos están sintiendo con rigor los efectos del fenómeno de El Niño: intensa sequía, días totalmente calurosos, incendios forestales, impacto en los cultivos agrícolas, desabastecimiento de agua, entre otros episodios.
Como lo han explicado hasta la saciedad los expertos, el calentamiento del océano Pacífico tiene efectos en las dinámicas atmosféricas, representadas en aumento de temperaturas y disminución de las lluvias. A esto se le conoce como fenómeno de El Niño.
Y desde hace varios meses las autoridades advirtieron no sólo sobre la llegada de El Niño sino que prendieron las alertas para que el sector público y privado y comunidad en general se prepararan.
Hubo recomendaciones para contener los posibles impactos del fenómeno, la adaptación a sus efectos, los riesgos para la salud, prevenir incendios forestales y proteger y racionalizar el uso del agua. También se anunciaron multimillonarios recursos económicos de parte del Estado para fortalecer los organismos de socorro y atender eventualidades calamidades.
Sin embargo, El Niño parece haber sorprendido a muchos, incluso hasta el mismo gobierno nacional, que no sólo recortó el presupuesto oficial para la gestión del riesgo de desastres sino que ha sido lento en su reacción para atender las emergencias de los últimos días. Lo mismo ha pasado con los gobernantes locales que, a pesar de semejante problemática, han tardado en suscribir los convenios que permiten que los bomberos de sus regiones se nutran de recursos para funcionar y operar.
A esta radiografía se suma ahora el anuncio de que “hay probabilidades de un 60% para que el fenómeno de La Niña se instale en el país en octubre próximo”. Eso quiere decir que habría un aumento en las lluvias, incrementando el riesgo de inundaciones, derrumbes y otras emergencias.
Ojalá, en realidad, las autoridades se preparen desde ya para evitar estar lamentándonos.