Volvamos nuestro corazón a Dios

«En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: – «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»  (Marcos 1,12-15).

Padre Elcías Trujillo Núñez

 El pasado miércoles iniciamos un tiempo nuevo en la liturgia, la Cuaresma. Es el tiempo de renovación, de penitencia y de conversión. Es el kairós (tiempo de Dios) en nuestra vida. Es el tiempo de direccionar nuestra existencia según los principios de nuestro Creador. Para los primeros cristianos, la proclamación de la penitencia era una “Buena Nueva”. Dios iba a perdonarles sus faltas, Dios iba a revelarles su cariño y su compasión, por eso se bañaba en ceniza y se vestían de gris, signo de su penitencia. Pero para nosotros, los cristianos del siglo veintiuno, se trata de una mala noticia. Si en una asamblea cristiana se habla de Cuaresma, de penitencia, de sacrificio, muchos rostros se ensombrecen. Se ponen a temer por lo que les resulta más querido: su dinero, su licor, su televisión, su buena comida, su poder, sus gustos… ¿Cuál puede ser la razón de este cambio entre los antiguos y los modernos cristianos?

En la Iglesia antigua sólo hacían penitencia los que habían cometido grandes crímenes: los penitentes públicos. Pero el Jueves Santo, en la misa de su reconciliación, estos pecadores parecían tan felices, tan renovados, tan inocentes que los demás fieles sentían envidia de ellos. Se lamentaban de no haber experimentado una penitencia tan bienhechora. Y al año siguiente pedían, también ellos, que se les admitiera a la penitencia cuaresmal. ¿Y nosotros, los cristianos de hoy? Nosotros pensamos demasiado en nosotros mismos, pensamos en esas renuncias, en esa cruz, en esos sacrificios, en esa confesión cuaresmal, como cosa que nos va a costar y que nos dan miedo. Pero no pensamos en Dios, que nos llama, que nos está esperando y que hará que todo se nos convierta en gozo, si volvemos hacia Él nuestro corazón.

Muchos cristianos tenemos una idea imperfecta y hasta falsa de nuestra religión. Creemos que la religión consiste en lo que nosotros hacemos por Dios, en esas cosas desagradables que nos imponemos por Dios. ¿Cuántas cosas he hecho yo por Dios? ¿A cuántas he renunciado por amor a Él? El auténtico cristiano es el que mira, ante todo, las cosas que Dios ha hecho por nosotros, las cosas grandes y maravillosas que Él ha hecho en la pobreza y pequeñez de sus servidores. Con esta actitud uno nunca se siente saciado, siempre está deseando crecer y profundizar más todavía. Es la religión del Credo, que no dice ni una sola palabra de nosotros, pero que canta todas las iniciativas de Dios para manifestarnos su amor.

Nosotros somos cristianos, si creemos y sabemos que Dios nos ama. Dios nos ama gratuitamente. Dios es padre y ser padre es amar primero, es tener la iniciativa en el amor. Dios nos ama antes que nosotros lo amemos, sin que nosotros lo amemos. Dios no tiene necesidad de nuestros sacrificios para amarnos. Dios no nos ama porque nosotros seamos dignos de su amor, sino que, nos ama por su bondad, por la generosidad y fidelidad de su propio corazón. Dios nos ama con tanto cariño que seguramente conseguirá despertar en nosotros, algún día, una respuesta de amor semejante al suyo. Tal respuesta de amor sería, sin duda, el fruto más hermoso y precioso de este tiempo de Cuaresma. ¿No cambiaría este amor el triste asunto de nuestros sacrificios y renuncias cuaresmales en un alegre testimonio de nuestra gratitud y de nuestra generosidad hacia Dios? Y aplicado para nosotros: ¿No sería esta Cuaresma el tiempo propicio para tomar más en serio nuestro autoeducación, y de este modo crecer en santidad y convertirnos más y más en hombres nuevos? A mí me parece que ésta es la gran oportunidad para ofrecerle a Dios nuestros esfuerzos de santidad, manifestándoles así nuestro amor fiel y generoso de hijos. Y al mismo tiempo le damos a nuestros sacrificios y renuncias cuaresmales un sentido más profundo y una fecundidad mayor al servicio de la construcción del Reino de Dios.

Nota: Hemos iniciado el Miércoles de Ceniza la Campaña Cristiana de Bienes, nuestra ofrenda es el resultado de los ayunos y abstinencias cuaresmales.  Le invitamos a celebrar los Jueves Eucarísticos y los Viernes de Cuaresma el Viacrucis Penitencial, aquí en Timaná.

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