La decencia en aprietos

Es la decencia noción contentiva en abstracto de múltiples ámbitos de la vida humana, permitiendo su uso caprichoso según interés y/o necesidad de quien la aplique, tanto para calificar actos y presencia propios o ajenos como para delimitar marcos de actuaciones que trasciendan al tejido social de los pueblos. Está siendo manipulada como herramienta retórica de perversos demagogos en maliciosas corrientes de pensamiento que realmente están prostituyendo la percepción sobre compostura, escrúpulos, recato y honestidad de cada ser humano, virtudes que sintetizan la decencia, por siempre, de hecho y en definición, como valor añadido a la integridad del individuo en su condición de elemento social e, incluso, para formación y estructura de su intimidad moral.

De un tiempo para acá, no mucho ante la relatividad de la evolución política (democrática) de nuestro país, algunos dirigentes resolvieron imponer el mote de ‘decentes’ a listas de candidatos para corporaciones públicas, bautizando a rajatabla, sin apelación y sin recato ni ‘decencia’, a innumerables sujetos antisociales como dignos representantes del pueblo. Los demás líderes políticos quedaron siendo, para la narrativa de los seguidores de los ‘decentes’, como ‘indecentes’ a quienes por simple deducción se debía despreciar y rechazar, incluso de manera procaz y violenta.

Habiendo logrado prostituir en su más pura esencia la percepción de la decencia en la conciencia de los seguidores políticos de estos demagogos, el proxeneta mayor se dio a la tarea de incitar el odio por quienes no fueran decentes a su manera y ejemplo, extendiendo la indecencia a los demás reductos opositores de expresión social, resultando que, a hoy, la torcida decencia en Colombia es valor que cobija a quienes siguen maravillados por su verborrea; quienes no, la mayoría de habitantes de esta nación, somos para ellos indecentes individuos merecedores de su desprecio y mofa.

La dirección del Estado, gabinete ministerial, organismos de gobierno y administración, agencias de representación diplomática, cabezas de empresas públicas y altas dignidades, ahora están repletas de ‘decentes’ acosados por prontuarios judiciales y disciplinarios, quienes, no hace mucho, eran señalados como indecentes ¡Vaya paradoja¡

El gran celestino llegó hasta la audacia de proponer la torcida tesis de que extrayendo conductas penales (indecencias) a la codificación legal (summum de decencia) se logra la paz. Los ‘indecentes’ rechazamos tal locura y por lo pronto nos salvamos. En la misma línea de pronto logremos recuperar el sentido de la decencia.

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