‘Danny Montaña no pinta para alcanzar una carrera artística o para pertenecer al arribismo de la cultura oficial, porque conoce de ésta su trama internacional que involucra a organismos, sistemas de comercialización y de valoración estéticas globalizados’ ‘Danny Montaña no pinta para alcanzar una carrera artística o para pertenecer al arribismo de la cultura oficial, porque conoce de ésta su trama internacional que involucra a organismos, sistemas de comercialización y de valoración estéticas globalizados’ Por Jonathan Moretti Especial LA NACION Los pintores son una raza muy extraña. Son oficiantes de la contemplación, trabajadores del silencio en noches de insomnio e incertidumbre. Entre ellos encontramos al colombiano Danny Montaña. Pintor de miradas que escapan de lo anecdótico, de personajes que pocas veces tienen cabeza, pues los degüella para glorificar la epidermis de la realidad y las profundidades del ser humano. Sus impulsos intelectuales y sensitivos se sumergen en brochazos (y espatulazos) de una expresión plástica que alude a la relación de los mapas internos con la sociedad. Su labor es la de investirse de una mirada (como si se pusiera unos anteojos de colores) para contemplar el espacio y enriquecer al paisaje de la soledad del hombre contemporáneo, pero también de las esperanzas, de sus “convicciones íntimas”. Es un artista que cree enormemente en las posibilidades expresivas de la pintura (aunque algunos se mantengan en publicitar su muerte). Su apreciación sobre el indigenismo y la apología a los pueblos anteriores a la historia es la de ser solo un pretexto para transformar las obras en mercancías posmodernas. Sobre el arte contemporáneo piensa que algunas obras carecen de estética y postura, y que otras son etéreas y repiten inútilmente las fórmulas de Warhol y Duchamp, es decir, que tienen poco o nada de autenticidad. Danny Montaña no pinta para alcanzar una carrera artística o para pertenecer al arribismo de la cultura oficial, porque conoce de ésta su trama internacional que involucra a organismos, sistemas de comercialización y de valoración estéticas globalizados (como aquella que diseña exposiciones de arte para itinerar por muchos países pero que se adaptan a las culturas de cada lugar; al igual que sucede con las telenovelas occidentales, a las que se les cambia el desenlace para poder distribuirlas en naciones asiáticas con el fin de que no perturben la moral de sociedades islámicas). De igual manera, sabe que existe una red compleja de galerías, museos, editoriales, financiadores estatales y privados, que deciden lo que circula en el mundo del arte tras negociaciones secretas dependientes de estrategias económicas y políticas globalizadoras. Es brutalmente honesto y desacredita a ciertos periodistas culturales, curadores y críticos de arte cuando hablan de éste en conceptos que son inaprehensibles para el resto de los mortales, como si el arte fuera de providencia divina. Para él, algunos curadores son insustanciales y abusan del concepto de “curador” con obras que producen falsedad o arte mentiroso. Sus obras son de un gran aliento poético que conllevan a preocupaciones estéticas y reflexiones, con sensaciones que se han vuelto idea, crítica y acción. * Revista Unit Sound Magazin (Barcelona)