¿Salvación o condenación?

«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»  (Juan 3, 14-21).

Elcías Trujillo Núñez

Hoy el Evangelio nos enfrenta con uno de los más profundos misterios: la salvación o la condenación. Dios quiere nuestra salvación. También el hombre la quiere, pero en su libertad, va a buscarla por falsos caminos. Todo hombre es un buscador de felicidad, de perfección, de luz, de verdad, de vida. Nadie quiere, la infelicidad, la imperfección, las tinieblas, la falsedad, la muerte.

Preguntémonos: ¿por qué algunos prefieren las tinieblas a la luz, la muerte a la vida? Todo se debe a que Dios ama al hombre y por eso no le coacciona en su libertad. Y resulta que el hombre no dimensiona las cosas y sucesos desde Dios, sino desde su pequeñez y limitación. Por eso toma por bien para él, lo que es su mal; prefiere a la verdad de Dios, su verdad propia que es engañosa y mentirosa.

El mal fundamental está, en que el hombre se cierra al mensaje de Jesucristo. Por eso, aunque el hombre trate de disculparse con que “no quiso pecar”, ya pecó al no medir sus malas obras en Cristo y en el Evangelio. Su pecado ya está en el hecho de tomar por verdad, luz y vida, lo que Jesús señala en el Evangelio como error, tinieblas y muerte. Todos tenemos experiencias de las contradicciones en que se mueve nuestra vida.

Es cierto que somos limitados, que en nosotros hay muchas fuerzas que tiran para uno y otro lado en nuestras elecciones, supuestamente libres. Hay una realidad que no debemos perder de vista: nuestra libertad no es absoluta, sino condicionada.

Nuestra libertad es una libertad atada, esto significa que no somos libres para hacer cuanto se nos antoje, sino para hacer todo en dirección al bien. Recordemos, no somos los autores de nosotros mismos. Ninguno de nosotros eligió vivir o no vivir, ser varón o mujer, en tal o cual familia, nación o época. Por eso, anterior a nuestra libre opción en cada caso determinado, es nuestra tarea de ser así como nuestro Creador quiere que seamos. Somos llamados a reconocer a Dios como suprema norma, verdad y luz, para nuestra realidad humana.

En ello tenemos la postura básica de una creatura. Es la apertura humilde que nos hace preguntar en cada caso: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Significa aceptar también que somos limitados. Que, desde nuestra pequeñez y dependencia, admitidas y reconocidas, nos volvemos a Dios, dejándonos iluminar por la fe, entonces como dice el Evangelio, alcanzaremos la Vida Eterna. Pero a la fe pertenecen dos elementos: la gracia que es el amor de Dios que salva y nuestra correspondencia y colaboración. Así como el amor de Dios se hizo visible y palpable en Jesús, en Él también se hizo clara la exigencia de la auténtica fe. Cristo nos enseñó que no basta decir “yo creo”.  No me salvo solo con decir: Señor, Señor, sino cumpliendo la voluntad de Dios. Nuestra aceptación de Dios debe ser concreta y real y manifestarse en la vida cotidiana. Esto exige una disponibilidad incondicional. Exige abrirnos a Dios con la sincera pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Vivir es pasar de una opción a otra, de un acto a otro, y en cada caso debemos decidirnos en dependencia de Dios. Debemos mirar a Cristo como modelo y ejemplo de una auténtica conducta cristiana y evangélica.

Eso es lo que el Evangelio señala cuando nos invita a “caminar en la Verdad”, en busca de la Luz. Cada uno de nosotros debe reflejar esa Luz en su vida, para que los hombres vean en nosotros a Dios, lo reconozcan, lo amen y se salven.

Nota: No olvide que la abstinencia es la privación de un gusto personal, hecho ofrenda para los más pobres.

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