Solo daremos frutos, si estamos unidos a Cristo

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis purificados por las palabras que os he dicho. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada podéis hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. La gloria de mi Padre consiste en que deis mucho fruto y os manifestéis, así como discípulos míos».  (Juan 15,1-8).

Padre Elcías Trujillo Díaz

Parece increíble que el Señor, en el Evangelio, con tan pocas palabras y con tanta sencillez, nos revele misterios tan profundos y tan sublimes. A través de una bella imagen de la vida campestre, nos muestra el misterio de nuestra inserción a Él por la gracia.

En este ambiente solemne y dramático, nos presenta la parábola de la vid y de los sarmientos. El tema no puede ser más bíblico. La viña era uno de los cultivos preferidos en Palestina. Era lógico que se tomara la imagen de la viña para dibujar por medio de ella la historia del pueblo. La viña era Israel, Dios era su viñador. Profetas y salmistas contaron la aventura de este viñedo cultivado por Yahvé. También Jesús recurre varias veces a los viñedos para sus parábolas. Pero esta vez le da su sentido pleno: Jesús es la vid, la verdadera vid. Los que creen en Él, son los sarmientos. Y el Padre es el viñador de esta gran cepa. Con ello, la imagen del Antiguo Testamento ha crecido en anchura y en profundidad. Ahora simboliza al gran árbol de la humanidad entera: su ramaje no son ya sólo los judíos, sino todos los que aceptan ser hijos de Dios. En este quinto domingo de Pascua, ¿Qué quiere enseñarnos el Señor con esta parábola de la vid? Hoy nos invita a reflexionar en lo siguiente y yo lo presento en tres ideas:

  1. La Iglesia es, como la vid, un organismo vivo. La Iglesia no es una organización jurídica o social, tampoco es una ONG. Como la vid, ella es un organismo vivo, es el Cuerpo de Cristo, una comunidad y una corriente de vida. Para formar parte viva de esta vid del Señor no es suficiente, haber sido bautizados y estar inscritos en los libros de bautismo de la Parroquia. Formamos parte de esta vid en la medida en que estamos unidos vitalmente a ella, en la medida en que compartimos su vida íntima.
  2. La fuente de vida de la iglesia es Jesucristo. La rama por sí sola no es nada: lo es todo por la savia que recibe del tronco al que está adherida. Así también cada discípulo de por sí no es nada; pero unido a Cristo lo es todo. Éste es el secreto de la vitalidad de la Iglesia y de las comunidades cristianas. Al resucitar Jesús, Él se transforma en la vid llena de vida y de fuerza. Y nosotros nos convertimos en sus ramas. Nuestra vida de cristianos es parte de su vida. Porque Él es el único autor de la vida. Él es el principio y fundamento de la Iglesia. Él mantiene unidos los sarmientos, para que tengan vida y la tengan en abundancia. Esto supone una vinculación permanente e íntima con Jesús: “permaneced en mí y yo en vosotros”. Mientras que permanezcamos unidos a Él, participaremos de su comunión de vida.
  3. Sólo en unión íntima con Cristo podremos ser fecundos. Los sarmientos producen fruto porque están unidos al tronco y se alimentan de su savia. El único camino para que nosotros podamos producir fruto y vida es, por eso, la unión íntima y personal con Cristo. El sarmiento que se separa del tronco, se seca y se lo echa al fuego, porque no sirve ya para otra cosa. Y para que podamos dar más fruto, el Padre nos va podando, nos purifica de nuestro egoísmo y de todo aquello que nos impide dar fruto en abundancia. ¿Pero qué significa dar fruto? Se trata de la fecundidad interior, no del éxito exterior. Tenemos que aprender a ver las cosas no con los ojos miopes humanos, sino con la visión de Dios. Los éxitos y fracasos ante los ojos de Dios son, por lo general, muy distintos de los que considera el mundo como tales. Y el Señor nos da aquí el único criterio para medir la verdadera fecundidad de nuestras obras: “no podéis dar fruto, si no permanecéis en mí”.

Oremos hoy al Señor, que nos regale esa relación personal profunda con él, para que así podamos ser fecundos por su Reino y transformarnos en auténticos discípulos suyos.

Nota: pertenecer a la Viña de Señor es trabajar por su Reino, viva la experiencia de las Comunidades de Evangelización. Viva su compromiso bautismal, participando en su Parroquia, en un ministerio como Catequesis, Liturgia y Acción Social.

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