El escándalo de los carrotanques en La Guajira, que de por sí era grave cuando comenzó, ha puesto a hablar de nuevo a los colombianos sobre el monstruo de mil cabezas que atormenta y no deja progresar al país: la corrupción.
Se trata de los deshonestos que aprovechan las fallas en los controles, la cultura de la ilegalidad y la permisividad social para llegar a cargos públicos, enquistarse en el poder y hacer de las suyas.
Históricamente hablando, la corrupción ha sido un problema que no ha estado limitado a un gobierno, una entidad, un sector o una región. Prueba de ello es lo que está pasando: la lucha contra la corrupción fue la bandera que siempre enarboló el hoy presidente Gustavo Petro. Cada vez que sucedía un escándalo de esta naturaleza en el pasado, él era el primero que salía a cuestionar sin piedad a los responsables; no titubeaba a la hora de señalarlos y exponerlos. Hoy, sin embargo, es el ‘talón de Aquiles’ de su Gobierno.
Lo que era un caso más de aparentes irregularidades en un contrato de carrotanques para llevar agua a La Guajira, se ha convertido en un mega-escándalo de enormes repercusiones. La integridad del gobierno Petro ha quedado lesionada. El señalamiento es grave por donde se le mire: distribución de coimas para la aparente aprobación de las reformas sociales con plata de una entidad como la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres de resorte directo de la Presidencia de la República.
Llegó el momento de que en cabeza del propio Gobierno se convoque a una gran cruzada en el país contra la corrupción. Cuando un corrupto, de derecha, de centro, de izquierda o de cualquier color político, saquea las finanzas de una entidad, le está robando a todos porque al fin y al cabo, una institución oficial se sostiene es con los impuestos que con mucho esfuerzo paga la ciudadanía.