«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: – «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. -Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”». (Mateo 28, 16 -20).
Padre Elcías Trujillo Núñez
La Iglesia celebra hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del cristianismo, que proclama la unidad en el amor de las tres personas que son un solo Dios, vivo y verdadero, el Dios cristiano: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios es amor, comunión íntima y comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese amor es el Padre que se ha manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu a los seres humanos para llevarnos hasta la verdad plena y hacernos partícipes de su gloria, incluso en medio de las tribulaciones del tiempo presente.
La solemnidad de hoy nos ofrece la posibilidad de reafirmar una dimensión esencial de nuestra vida: el sentido del misterio. La experiencia cristiana es una experiencia espiritual, en la que los sentidos no son desactivados, sino transfigurados por el Espíritu, equipados para soportar el viaje hacia el misterio. Ciertamente, la revelación llega al hombre por la vía de los sentidos. Pero luego los sentidos han de ser purificados, trascendidos, para poder penetrar en la esfera de lo divino. Partiendo de lo que es cierto, evidente, se afronta el viaje hacia las realidades más secretas, hacia lo que está velado, escondido, fuera de nuestro alcance.
La revelación no tiene por objeto explicarnos a Dios, sino ponernos en contacto con su misterio. Y la cercanía misma no pone a Dios a nuestro alcance. Dios, ciertamente, no está lejos. Pero está escondido. Dios para nosotros: la Palabra escuchada hoy ofrece algunas señales que hablan de la riqueza del misterio y dan la posibilidad de alcanzarlo.
El libro del Deuteronomio, nos permite recorrer el camino hecho por Israel: llegar a Dios por medio de la lectura de la historia, que documenta precisamente lo que Dios hace por su pueblo. Él se hace encontrar poniendo en el camino del hombre reclamos precisos, acciones concretas, testimonios inequívocos de su solicitud paterna. Quisiéramos descubrir quién es Dios en sí mismo. Pero Él, por el contrario, se hace conocer mediante lo que actúa en nosotros. Dios, en cierto sentido, deja caer un trozo de su misterio, descubriéndose por medio de su “debilidad” frente al hombre. El mismo Dios que guía su pueblo a lo largo de la historia, ha puesto su morada en el corazón del hombre. Y es el Espíritu Divino quien destruye nuestro pasado de esclavos y nos revela un secreto que nos da alegría: somos hijos y herederos y podemos llamar a Dios “Abbá, Padre”.
De este modo se nos pone frente a otra paradoja del misterio de hoy: la revelación de lo que somos y lo que seremos. El Evangelio de hoy nos deja intuir otra dimensión del misterio trinitario: el Dios con nosotros. San Mateo parece ignorar la ascensión. Jesús, en su perspectiva, no ha abandonado la tierra para alcanzar el cielo. Más que de la partida, Mateo insiste en hablar de la presencia de Cristo en medio de nosotros. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Y con esa afirmación termina su Evangelio. Y con ese consuelo, Cristo envía a sus apóstoles a convertir los pueblos y a bautizarlos en el nombre del Dios Trino. Por medio de esa tarea misionera y evangelizadora, la Iglesia ha de experimentar y manifestar precisamente el Dios con nosotros. Y con ello indica que el misterio trinitario no es una realidad estética, sino dinámica. En efecto, hay un Dios que actúa a favor del hombre.
Un Espíritu que nos guía hacia el Padre. Y Cristo que confía su mensaje a los pasos de sus apóstoles y discípulos de todos los tiempos. De esto concluimos que el misterio trinitario no es una realidad que está confinada en los cielos. El Dios para nosotros, el Dios en nosotros y el Dios con nosotros nos tocan de cerca, se entrelaza con nuestra existencia cotidiana. El misterio del Dios Trino nos hace vivir, ahora y siempre.